Crítica:ARTE | EXPOSICIONES

En la ciudad de hormigas

Los que pensaron en esta exposición antológica de Chema Alvarzongález (Jerez de la Frontera, 1960-Berlín, 2009) como un sentido homenaje a su obra se equivocaron de la manera más intolerable. No es posible mayor amaneramiento en el montaje, dirigido a reducir su trabajo a una secuencia trivial de 70 objetos, fotografías, esculturas e instalaciones como detritus luminosos abandonados en una selva artificial. Alvargonzález era un creador íntimo, tenaz, profundamente consciente de su tiempo y liberado de sus influencias (fue alumno de Rebecca Horn, seguidor de Mario Merz). La muerte le lle...

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Los que pensaron en esta exposición antológica de Chema Alvarzongález (Jerez de la Frontera, 1960-Berlín, 2009) como un sentido homenaje a su obra se equivocaron de la manera más intolerable. No es posible mayor amaneramiento en el montaje, dirigido a reducir su trabajo a una secuencia trivial de 70 objetos, fotografías, esculturas e instalaciones como detritus luminosos abandonados en una selva artificial. Alvargonzález era un creador íntimo, tenaz, profundamente consciente de su tiempo y liberado de sus influencias (fue alumno de Rebecca Horn, seguidor de Mario Merz). La muerte le llegó acuciándole lentamente, con la cruel enfermedad que acabó rompiéndole como una hoja de papel. Pero su instinto para tratar la luz como tema primario de su obra nunca le abandonó. Tenía una manera amplia y generosa de ver las cosas y las capturaba azarosamente, en vídeos y fotografías que trataba digitalmente y después enmarcaba en cajas de luz o maletas viejas. Le gustaba la mirada interior y esos no-lugares que le permitían preguntarse qué era y qué no era real; la confrontación nostálgica con los escenarios urbanos y su populosa turbulencia, en las autopistas y las grandes plazas con sus perfiles rotos por las grúas, en las estaciones de tren y los aeropuertos. Su entorno más directo, sus relaciones personales y las ciudades donde había vivido (Barcelona, Berlín, Londres) podrían ser más interesantes que una declamación pública o una acción política. Como en los teatros en miniatura de Cornell, encerraba el cielo en una caja o lo troceaba en piezas de puzle. Escribía con neones, reciclaba espejos, colchones, motos, mapas. Era un flâneur. Coleccionaba palabras que iba recogiendo como hojas del asfalto. Las escogía y las combinaba dentro de la imagen. Era su particular forma de contemplar el entorno a vuelo de pájaro, la ciudad llena de hormigas de Baudelaire.

Chema Alvargonzález

Mehr Licht (Más luz)

Centre d'Art Santa Mònica

Santa Mònica, 7. Barcelona

Hasta el 29 de enero de 2012

El recorrido en Santa Mònica parte de un eje central, un cubo suspendido en el espacio cuyos lados reflejan la luz emitida por una malla de fluorescentes. Simboliza la ausencia del artista. Es la pieza demostrativa de un diseño erróneo que deja en penumbra la zona perimetral. La comisaria, Ariadna Mas, no podía haberse tomado más a la ligera el título de la muestra, Más luz (las famosas últimas palabras que pronunció J. W. Goethe antes de morir). Las cartelas, impresas en unas bombillas fluorescentes de colores llamativos, confunden al visitante, que tarda un buen rato en discernir dónde empieza y dónde acaba cada pieza. No es posible un montaje tan empalagoso y falso. Tan en contra de la imaginación del artista. Cada obra de Alvargonzález registra un deseo activo de claridad, y después la translación justa de esa energía a la imagen final. Con todo, su mejor creación fue la que ya nadie podrá malversar, la residencia de artistas GlogauAIR, en el barrio berlinés de Kreuzberg. Mucha más luz.