Crítica:LIBROS

Y si la 'Invencible' hubiera desembarcado

El libro La Gran Armada, del estudioso de la España de los siglos XVI y XVII Geoffrey Parker y el especialista en arqueología submarina Colin Martin, está llamado a convertirse en un clásico. Con enorme claridad y una limpia y elegante dicción, que la traducción logra preservar, la obra repasa la serie de errores y circunstancias que hacían inevitable, inicialmente, la derrota y, más tarde, el desastre de la gran aventura naval de Felipe II, rectificando aproximaciones apresuradas de autores precedentes.

El primer gran responsable del fracaso fue el propio Felipe II, que concibió...

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El libro La Gran Armada, del estudioso de la España de los siglos XVI y XVII Geoffrey Parker y el especialista en arqueología submarina Colin Martin, está llamado a convertirse en un clásico. Con enorme claridad y una limpia y elegante dicción, que la traducción logra preservar, la obra repasa la serie de errores y circunstancias que hacían inevitable, inicialmente, la derrota y, más tarde, el desastre de la gran aventura naval de Felipe II, rectificando aproximaciones apresuradas de autores precedentes.

El primer gran responsable del fracaso fue el propio Felipe II, que concibió el plan tan minuciosamente en lo que tuvo a bien planificar, como fio tan solo al albur -que el monarca llamaba 'providencia'- en todo aquello que omitía, y eso era nada menos que la forma en que Alejandro Farnesio debería embarcar a sus miles de veteranos de los tercios con que derrotar a los ingleses. Para ello habría sido preciso un puerto seguro en la costa francesa o flamenca, o dominar el canal de la Mancha, circunstancias ambas que nunca se dieron. El soberano español contaba, un tanto a la ligera, con que la flota derrotara previamente a las naves del almirante Howard, pero eso era poco verosímil. Ya hizo mucho Medina Sidonia -almirante de ocasión, pero que no dejó nada mal el estandarte- cosechando en el combate naval de Gravelinas una derrota honrosísima e incluso por la mínima. Contrariamente a versiones descuidadas o interesadas, no se libró, sin más, la batalla, entre una poderosísima flota española de 130 navíos y un grupete de barcos ingleses más maniobreros y llenos de sabiduría y práctica navales, aunque ambas cosas fueran ciertas, sino entre dos escuadras parejas en número de naves, pero en la que los defensores del reino alistaban al menos el doble de potencia de fuego que los invasores, y con bases de retaguardia a solo unas millas donde repostar y reparar desperfectos, mientras que la Invencible únicamente tenía por morada el mar. Así, el enfrentamiento se decidió en los primeros días de agosto de 1588; el Londres de los Tudor se había salvado, pero los navíos españoles, empujados por vientos Sur-Norte, se retiraban en buen orden, para dar la vuelta a las islas Británicas y quién sabe si tentar de nuevo a la suerte.

La Gran Armada. La mayor flota jamás vista desde la creación del mundo

Geoffrey Parker y Colin Martin

Traducción de Carmen Martínez Gimeno

y Julio A. Pardos

Planeta. Barcelona, 2011

620 páginas. 25,50 euros

Se habían perdido muy pocos barcos y las bajas -unos mil muertos-, aunque importantes, apenas eran una fracción de los más de 20.000 soldados que, sin contar con los refuerzos del duque de Parma (Farnesio), transportaba la flota. El desastre se desató, sin embargo, en septiembre, cuando los vientos huracanados que le permitieron al Habsburgo culpar de la derrota a los elementos, hicieron añicos la flota. Menos de la mitad de los buques regresaron a España y casi ninguno en condiciones de navegar.

El último capítulo de la obra debería ser lectura obligada en los colegios ingleses, para que se percataran de lo que se libraron. Si los veteranos de Flandes -no menos de 20.000 soldados- hubieran podido desembarcar la victoria era segura. Y la ausencia de fuerzas terrestres dignas de tal nombre habría hecho inútil que Isabel I anticipara al Churchill de la II Guerra pidiendo "sangre, sudor y lágrimas". Aunque lágrimas habría habido. Adiós Inglaterra protestante, adiós dinastía, adiós equilibrio de fuerzas entre el imperio español y sus rivales europeos. Sin jugar a futuribles, cabe poca duda de que la historia habría sido muy distinta. Y esto no hay Vulgata marxista que lo refute.