Crítica:ROCK | THE SONICS

El rock como celebración

Es en atestados garitos de madrugada, con las paredes refractando sudores y alcohol, donde cobra pleno sentido la música de los Sonics. Ahí, en entornos opresivos y reducidos, y no en vastas explanadas donde cualquier cita con la historia colisiona con la vanguardia, es donde el aún ponzoñoso impacto de su música debe disfrutarse.

El legendario quinteto de Tacoma está viendo últimamente cómo su huella se diluye en enormes recintos (Primavera Sound, Azkena), así que su nueva gira por salas se presentaba como la ocasión perfecta para disfrutarles por aquí como es de ley, con la distancia ...

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Es en atestados garitos de madrugada, con las paredes refractando sudores y alcohol, donde cobra pleno sentido la música de los Sonics. Ahí, en entornos opresivos y reducidos, y no en vastas explanadas donde cualquier cita con la historia colisiona con la vanguardia, es donde el aún ponzoñoso impacto de su música debe disfrutarse.

El legendario quinteto de Tacoma está viendo últimamente cómo su huella se diluye en enormes recintos (Primavera Sound, Azkena), así que su nueva gira por salas se presentaba como la ocasión perfecta para disfrutarles por aquí como es de ley, con la distancia amarrada y el volumen a propulsión.

Con tales premisas, es difícil que alguien salga defraudado. Porque su condición ya casi septuagenaria apenas se trasluce en ese sonido algo mate que distingue al grueso de bandas históricas en vías de embalsamamiento (e imposible de cotejar con su encarnación original para el noventa y nueve por ciento del público, eso siendo muy generosos), pero no en esa festiva y sempiterna manera de entender lo que debe ser un show de rock and roll, pleno de vetas por donde dejar transpirar las más vivificantes cláusulas del género.

THE SONICS

Gerry Roslie: teclado y voz; Larry Parypa: guitarra y voz; Freddie Dennis: bajo y voz; Rob Lind: saxofón y voz; Rick Lynn Johnson: batería. Durango Club. Meliana, viernes 2 de diciembre de 2011.

Asalto al escenario

Desde los estándares infalibles, como el Lucille de Little Richard o el Louie Louie de Richard Berry (después popularizado por The Kingsmen) hasta las desengrasantes melodías sixties (Don't be afraid of the dark), pasando por piedras angulares del rock de garage, para muchos el punk antes del punk, que obedecen, talladas con riffs tan hercúleos como insanos, al nombre de The Witch, Have Love Will Travel o Strychnine.

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Chocante colofón fue el ver a un puñado de adolescentes asaltando el escenario, compartiéndolo con quienes casi podrían ser sus abuelos. Seguro que serán minoría en las aulas de sus institutos o escuelas, pero eso no impide que sea lícito (y hasta obligado) preguntarse si toda la clase de trazas asociadas a The Sonics (ajada sensación de peligro, hipnótica mugre, total ausencia de manierismos) son fáciles de hallar entre las nuevas hornadas de bandas.

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