Columna

Indulto

Con el indulto del Gobierno a un banquero, aprendemos dos cosas positivas. Primera, que el Estado tiene capacidad de perdonar. Más allá del papel punitivo y represor, resulta saludable reencontrarse con Estado que apuesta por el perdón. Lo lamentable es que solo ocasionalmente encuentre personas a las que beneficiar. Qué lástima. La otra sorpresa ha sido descubrir que los banqueros han de ser personas honradas, libres de delitos para ejercer su oficio.

Si el banquero está obligado a ser un dechado de honradez podemos dormir más tranquilos. Las noticias contumaces indicaban algo bien dis...

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Con el indulto del Gobierno a un banquero, aprendemos dos cosas positivas. Primera, que el Estado tiene capacidad de perdonar. Más allá del papel punitivo y represor, resulta saludable reencontrarse con Estado que apuesta por el perdón. Lo lamentable es que solo ocasionalmente encuentre personas a las que beneficiar. Qué lástima. La otra sorpresa ha sido descubrir que los banqueros han de ser personas honradas, libres de delitos para ejercer su oficio.

Si el banquero está obligado a ser un dechado de honradez podemos dormir más tranquilos. Las noticias contumaces indicaban algo bien distinto. Cada mañana descubrimos un nuevo banco con otro agujero contable y el consiguiente esfuerzo de salvamento, asociado a unas estruendosas prejubilaciones y a unos sueldos que necesitarían siete vidas entregadas al derroche para agotarse. Pero esto debe de ser absolutamente legal y es nuestra mirada rencorosa la que transforma estos comportamientos modélicos en la más asquerosa expresión del robo a mano desarmada.

El próximo presidente del Gobierno, para no variar, se ha reunido con los máximos banqueros del país. El desarrollo de la presente crisis financiera es digna de análisis. Primero asistimos al clamor unánime para reformar el desmadre monetario. Pero con naturalidad se impuso la dirección contraria. Nuestros bancos eran ejemplares, y pese a los agujeros creados por la apuesta por el ladrillo en lugar de por el honrado esfuerzo de tantos españoles, garantizar su solidez sería el mayor esfuerzo estatal. Y así hasta hoy, donde se nombran máximos responsables de las políticas financieras a veteranos de Lehman Brothers y Goldman Sachs, que en aquellos primeros tiempos fueron la mecha que todo lo incendió. Y las agencias de valoración siguen ejerciendo su presión, pese a que fuimos testigos de cómo empujaron hacia el despeñadero. Y aceptamos la tecnocracia bajo un discurso acomplejado y presa del pánico donde los políticos reciben órdenes en lugar de darlas.

Quizá sería más tranquilizador que el próximo presidente escuchara la verdad, siempre tan maleable, de la boca de profesores o médicos, por citar dos gremios que pagan el daño que no causaron. Porque también los ciudadanos esperan el indulto.

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