El Rojillo fue un demócrata hasta la muerte

Lamberto Lozano se empeñó ayer en ser de los primeros en ir a votar. Tenía el sobre preparado desde que le había llegado la propaganda. En su familia, de tinte conservador, le apodaban El Rojillo por ser el único que era de izquierdas. Mientras bajaba las escaleras camino al centro cultural donde habían instalado la urna, refunfuñaba sabiendo que era inevitable la victoria de la derecha. Leía el periódico a diario y estaba al tanto de que las encuestas no eran nada halagüeñas. Llevaba toda la semana diciendo que era importantísimo votar, sobre todo en esta situación, y precisamente eso fue lo ...

Lamberto Lozano se empeñó ayer en ser de los primeros en ir a votar. Tenía el sobre preparado desde que le había llegado la propaganda. En su familia, de tinte conservador, le apodaban El Rojillo por ser el único que era de izquierdas. Mientras bajaba las escaleras camino al centro cultural donde habían instalado la urna, refunfuñaba sabiendo que era inevitable la victoria de la derecha. Leía el periódico a diario y estaba al tanto de que las encuestas no eran nada halagüeñas. Llevaba toda la semana diciendo que era importantísimo votar, sobre todo en esta situación, y precisamente eso fue lo último que hizo en vida. Lamberto murió, instantes después de introducir la papeleta en la urna, de un ataque al corazón. A los 96 años.

En la batalla del Ebro una bala se le quedó alojada cerca de la vena aorta

Lamberto Lozano había ido al centro cultural de Hortaleza acompañado por sus dos hijas. "Iba convencido de que estaba haciendo algo importante. Me acuerdo que mientras bajábamos de casa decía que Rajoy no había explicado bien cómo íbamos a salir de la crisis y que él no se fiaba. Ha sido de izquierdas y un demócrata hasta el final. Votó a Rubalcaba. Pocos fieles así va a tener el PSOE", explica su hija Mari Paz, de 56 años. Cuenta ella que nada hacia presagiar lo que estaba por pasar cuando introdujeron el voto en la urna. Cuando se iban, Lamberto le recordó incluso a uno de los vocales que tenían que devolverle su documento de identidad. Otra de sus hijas, María Antonia, de 63, apunta: "Me había pedido que le enseñara el sobre otra vez por si nos habíamos equivocado. ¿Ves las siglas?, le dije. Todo correcto".

La vida de este hombre incluye las etapas clave de la historia de este país en el último siglo. Lamberto cayó en el bando franquista y participó en la batalla del Ebro, una de las más cruentas de la Guerra Civil. Durante el combate recibió el impacto de una bala que se le quedó alojada cerca de la vena aorta. El cirujano del ejército no se atrevió a operarle y durante toda la vida ha llevado una bala dentro del cuerpo. Con el tiempo, el proyectil le emigró a la zona del estómago. "Si iba con él a hacerse una radiografía salía el médico muy preocupado preguntándome si sabía que mi padre tenía plomo dentro", recuerda su hija Mari Paz, enfermera de profesión.

Lamberto, tras la guerra, abrió una sastrería en Cintruénigo, un pueblecito de Navarra. Vendía telas y confeccionaba trajes a medida un establecimiento que regentaba junto a su mujer. Cuando la pareja se jubiló y cerró la tienda del pueblo, se vino a vivir a Madrid, donde se habían instalado las hijas. El matrimonio vivía en un piso independiente. La mujer murió hace año y medio. El hombre se quedó solo y estuvo bajo de ánimos un tiempo, pero últimamente se le veía muy dicharachero, como siempre había sido. Iba a visitar en breve el Centro de Estudios de la Batalla del Ebro (CEBE), un lugar de interpretación de la memoria histórica. Pensaba que podía ser uno de los últimos hombres vivos que estuvo allí y seguramente el único que quedaba con una bala alojada en sus entrañas. Pero antes había que ir a las urnas. Aunque fuese lo último de su vida.