Columna

La despedida

Termina la campaña electoral. Toca ahora nuestro ejercicio de fe. Esta campaña pareciera que viene durando desde marzo de 2004. La derecha impuso algo sobre estas dos legislaturas de paréntesis injusto a su mandato imprescindible. Se pasaron -¿alguien lo recuerda?- años tratando de desacreditar la victoria ajena, sin importarles utilizar el atentado más sangriento de nuestra historia reciente para componer un relato que era tan peregrino como escalofriante. Relato que además se demostró inútil, pese al daño que hacía, porque el poder no lo van a recuperar por el camino voraz y extremo, sino po...

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Termina la campaña electoral. Toca ahora nuestro ejercicio de fe. Esta campaña pareciera que viene durando desde marzo de 2004. La derecha impuso algo sobre estas dos legislaturas de paréntesis injusto a su mandato imprescindible. Se pasaron -¿alguien lo recuerda?- años tratando de desacreditar la victoria ajena, sin importarles utilizar el atentado más sangriento de nuestra historia reciente para componer un relato que era tan peregrino como escalofriante. Relato que además se demostró inútil, pese al daño que hacía, porque el poder no lo van a recuperar por el camino voraz y extremo, sino por aguardar el desplome ajeno, como pasa siempre.

Los países son mucho más que su contienda electoral. Por eso es tan miserable que la competencia por el voto, tan necesaria como saludable, incida en la convivencia. Pero curiosamente, al final de estas dos legislaturas, Zapatero se ha convertido en un lastre para su partido, él que en otros momentos fue un reclamo mayor que las siglas históricas. Se entiende que la demolición que el tiempo ha hecho de su figura lo saque del Gobierno tan zarandeado como sale siempre cualquier presidente. No se trata ahora de levantar el árbol caído, tarea más honesta que hacer madera de él, pero igual de estéril, ni de coserle la ceja rota a golpes del Inem. Sin embargo, llama la atención que Zapatero, en el cálculo de campaña, haya sido empujado al trastero de los muebles que te avergüenza haber comprado un día.

Puede que en tiempos de crisis todos necesitemos la confianza de un padre, viejuno como nuestros candidatos. Zapatero ha sido un escalador con alfileres. Pero la escalada, en aspectos civiles, ha sido lo suficientemente sólida para que nadie la desarme. En momentos de estas dos pasadas legislaturas España era un país al que daba gusto pertenecer, especialmente cuando viajabas lejos de la contienda cainita local y te encontrabas la admiración por leyes progresistas y tolerantes. Es imposible que un gobernante se marche sin errores de bulto, carencias y un paisaje de frustraciones, pero tendría que ser de agradecer que lo haga sin cadáveres en los armarios ni tramas vergonzantes. Por todo ello, visto en la distancia, me resulta tan sorprendente quitarnos de encima a Zapatero con una despedida tan acomplejada.

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