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Elecciones

Veo a una demasiado sonriente Pepa Bueno, presentadora que nunca confundirás con un muñeco parlante, con alguien aséptico que recita con tono monocorde o afectado las noticias del mundo que otros le han escrito, alguien con personalidad, voz, criterio, que hace muy bien su trabajo, contando que a partir de las doce de la noche ha empezado la campaña electoral. Los jefes de las distintas manadas sueltan su discurso de apertura (la tele pública muestra un rato de ellos o un destello, según el tamaño que haya poseído su parroquia en el Parlamento) y todos aseguran conocer las recetas futuras para...

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Veo a una demasiado sonriente Pepa Bueno, presentadora que nunca confundirás con un muñeco parlante, con alguien aséptico que recita con tono monocorde o afectado las noticias del mundo que otros le han escrito, alguien con personalidad, voz, criterio, que hace muy bien su trabajo, contando que a partir de las doce de la noche ha empezado la campaña electoral. Los jefes de las distintas manadas sueltan su discurso de apertura (la tele pública muestra un rato de ellos o un destello, según el tamaño que haya poseído su parroquia en el Parlamento) y todos aseguran conocer las recetas futuras para que al colectivo de los españoles, sobre todo los más desfavorecidos por la crisis, los parados de larga duración, los jóvenes o los que no descartan el pánico ante un futuro sombrío, les vaya con el tiempo (no mucho, si las cosas se hacen como tienen que hacerse) de puta madre. Por ahora, no añaden aquella certidumbre de Steinbeck, resuelta en la conmovedora adaptación al cine que hizo John Ford sobre los vagabundos durante la Gran Depresión en la preciosa, desoladora y poética Las uvas de la ira, en la que el fugitivo y acorralado Fonda se despide de su fuerte y sufrida madre con la certidumbre de que "no podrán acabar con nosotros, porque somos la gente".

Hablan de encuestas, de presagios, anhelos, evidencias y previsibles fracasos. Del trascendente debate televisado entre los "capos" de las dos Españas y de cómo puede influir en los votantes indecisos. Siempre tiene atractivo ver un duelo interpretativo en el teatro o en el cine entre dos actores superdotados, apoyados por un texto bien escrito, con margen para la improvisación, viviendo a fondo sus personajes, hipnotizando al público. El premio es el aplauso y la admiración del respetable, el recuerdo de haber contemplado el recital de dos impagables histriones. Aquí, es el presente y el futuro del prójimo. Y no veo yo a Rajoy y a Rubalcaba transmitiendo el universo de Shakespeare, por citar al más grande, aquel que sabía todo de la naturaleza de los hombres.

Mi abstencionismo o mi rabioso voto en blanco solo se plantearía dudas si algún candidato expresara: "Vóteme, porque aseguraré mi sueldo durante los próximos cuatro años, el bienestar de mi gente, dispondré de poder, estaré a salvo de la intemperie".

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