Crítica:

No tocar(se)

En la filmografía mutante de Steven Soderbergh aflora la sospecha de que su primer personaje memorable -el Graham Dalton que encarnó James Spader en Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989)- era, en realidad, un preciso autorretrato del cineasta: alguien más dispuesto a grabar a señoras hablando de sexo que a practicar sexo con ellas; todo sea dicho como metáfora. Soderbergh también parece preferir la simulación al hecho en sí y su carrera corre el peligro de revelarse una dilatada excursión turística a través de dispares texturas fílmicas antes que un coherente discurso creativo camufla...

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En la filmografía mutante de Steven Soderbergh aflora la sospecha de que su primer personaje memorable -el Graham Dalton que encarnó James Spader en Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989)- era, en realidad, un preciso autorretrato del cineasta: alguien más dispuesto a grabar a señoras hablando de sexo que a practicar sexo con ellas; todo sea dicho como metáfora. Soderbergh también parece preferir la simulación al hecho en sí y su carrera corre el peligro de revelarse una dilatada excursión turística a través de dispares texturas fílmicas antes que un coherente discurso creativo camuflado bajo múltiples pieles. Dentro del corpus del director, Contagio funciona como uno de sus ocasionales ejercicios sobre un género mainstream (aquí, la película de catástrofes): al igual que sucedía en Traffic (2000) -que, a su modo, era otra película de catástrofes-, el cineasta somete el protagonismo colectivo y la atomización narrativa consustanciales al género a un rigor estructural estrechamente relacionado con el tema de base -los circuitos de distribución del narcotráfico; la expansión viral por contacto físico-.

CONTAGIO

Dirección: Steven Soderbergh. Intérpretes: Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Kate Winslet, Jude Law, Laurence Fishburne, John Hawkes. Género: Cine de catástrofes. Estados Unidos-Emiratos Árabes, 2011. Duración: 106 minutos.

Resulta evidente que la mirada es asfixiantemente conservadora

Los problemas de Contagio no son muy distintos de los que convertían a Traffic en la parodia involuntaria del gran fresco sobre la economía estupefaciente que pretendía ser: tras la brillantez en las formas y la excelente respiración narrativa, aflora la ingenuidad, la superficialidad y, lo que es peor, el moralismo de un cineasta que, no por casualidad, convierte a una adúltera en el vehículo transmisor de esta infección viral en Occidente. Es cierto que el pudor del cineasta esquiva todo exceso melodramático, pero también resulta evidente que la mirada que domina el conjunto es asfixiantemente conservadora, tanto al mostrar la gélida perseverancia de la científica que dará con la solución como cuando retrata la conspiranoia bloguera con trazos no precisamente imparciales. No es más sutil el retrato de las condiciones de insalubridad de un restaurante hongkonés, momento que delata la principal debilidad de la óptica pretendidamente global aplicada sobre la catástrofe: ahí Contagio revela su problemática posición de pesadilla esencialmente etnocéntrica.

Los planos en que el cineasta detiene su mirada sobre objetos triviales, potenciales focos de infección, aporta la mayor nota de originalidad expresiva en una película de catástrofes que parece reprimir la tendencia del género a la hipérbole. Pero Contagio es un signo de los tiempos; la vaporización de diseño de algo que cualquier cinéfilo con memoria de los setenta identificaría como una película pésima, aunque barnizada de complejidad (y estilo): vacía, sensacionalista y con un reparto de grandes nombres diezmado mecánicamente como pura carnaza. Volviendo a Graham Dalton: Contagio parece el plan maestro de Soderbergh para que compartamos la fobia de su primer gran personaje. Tras esta película, incluso un apretón de manos resulta amenazante.

Kate Winslet, en Contagio, de Steven Soderbergh.
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