Crítica:ARTE | EXPOSICIONES

Ángel Marcos

Se anuncian espacios en silencio, abiertos al horizonte, registrados desde la fotografía que escoge y presenta al tiempo que disecciona. Son territorios permeables y complejos en su densidad narrativa, expuestos en una contundente instantánea que narra en toda su integridad la fachada y la tramoya de lo que conocemos por ciudad. La obra de Ángel Marcos (Medina del Campo, 1955) penetra en esos territorios, escritos desde la experiencia del viajero que se alimenta de paisajes vividos sobre los que dispone su mirada analítica, comprometida, ciudades observadas desde la distancia mínima de la piel...

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Se anuncian espacios en silencio, abiertos al horizonte, registrados desde la fotografía que escoge y presenta al tiempo que disecciona. Son territorios permeables y complejos en su densidad narrativa, expuestos en una contundente instantánea que narra en toda su integridad la fachada y la tramoya de lo que conocemos por ciudad. La obra de Ángel Marcos (Medina del Campo, 1955) penetra en esos territorios, escritos desde la experiencia del viajero que se alimenta de paisajes vividos sobre los que dispone su mirada analítica, comprometida, ciudades observadas desde la distancia mínima de la piel que registra superficies urbanas a modo de documentos ideológicos. En estos términos se explica esta exposición que reúne, por primera vez, un extenso conjunto de trabajos de la trilogía Alrededor del sueño, en un montaje dialogado propuesto por el comisario Fernando Illana. A partir de una atmósfera periegética, el relato del cambio de lugares, desde los arrabales de Nueva York a la memoria de La Habana pasando por las ciudades metamorfosis de China, deviene en la constatación de términos consolidados desde la geografía, la sociología y la política, traducidos en ejemplos de cómo se presentan y vemos esas urbes, cómo funcionan a modo de marcas en su voluntad de ofrecerse como escenarios, periferias, lugares y no lugares, siempre publicitarios, marcadamente ideológicos. Precisamente eso es lo que describe el subtítulo Escenarios para el vacío, un intento de activar los diagnósticos del ciudadano. Así, cada una de las obras desnuda y recupera la simplicidad de la mirada, recompone la capacidad de la fotografía como sismógrafo, donde los intensos paisajes de Ángel Marcos siguen al visitante y escriben epílogos de novelas de todos los sueños y utopías de la sociedad actual, de territorios secundarios que resisten observando desde las partes traseras junto a otros precipitados, publicitarios, volcados en su propia vanidad.