Columna

Pan

La toma del poder en tantas autonomías por parte de los conservadores trae un interesante matiz televisivo que probablemente se resolverá de tapadillo y sin debate público. La promesa de Dolores de Cospedal de privatizar el canal autonómico manchego coloca la pelota en el patio de sus compañeros de partido con autoridad regional. Esperanza Aguirre ya dijo que le parece absurdo que exista una televisión pública si no hay panaderías públicas. Pero todo queda en discursos amenazantes, porque las evidencias indican que los canales autonómicos en su esfera son utilizados con enorme rédito electora...

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La toma del poder en tantas autonomías por parte de los conservadores trae un interesante matiz televisivo que probablemente se resolverá de tapadillo y sin debate público. La promesa de Dolores de Cospedal de privatizar el canal autonómico manchego coloca la pelota en el patio de sus compañeros de partido con autoridad regional. Esperanza Aguirre ya dijo que le parece absurdo que exista una televisión pública si no hay panaderías públicas. Pero todo queda en discursos amenazantes, porque las evidencias indican que los canales autonómicos en su esfera son utilizados con enorme rédito electoral. No se han significado otros dirigentes, aunque canales de ayuntamientos y segundas marcas regionales han pasado a mejor vida, más producto de la crisis económica que de decisiones coherentes de cierre, pues en muchos casos fueron ellos mismo quienes los inauguraron.

Los tiempos cambian y extremar el cuidado sobre el gasto se impone sobre planteamientos más estratégicos. A la derecha no parece irle mal en un panorama televisivo que fue entregado sin paliativos al berlusconismo mediático. Una medicina consistente en la explotación del físico, el vacío del mensaje, la barra libre del seguidismo al cotilleo y la desaparición de la escena televisiva de toda presencia que se relacione con cultura, ciencia, arte, innovación, talento, creatividad, diversidad y esfuerzo intelectual. Seguramente el 15-M tuvo que tomar las plazas físicamente, porque las plazas audiovisuales ya estaban tomadas por el folclorismo rancio y el suceso sensacionalista que llena los minutos sin fútbol.

Esa sedación generalizada invitó a la gente a copiar el ejemplo que veía cotidianamente y se lanzara a comprar segundas viviendas, asumir hipotecas imposibles y, sobre todo, a despreciar todo valor ético como guía en cada aspecto de responsabilidad colectiva, desde el fiscal al educativo pasando por el del conocimiento saludable del entorno en el que nos movemos. Es absurdo que haya panaderías públicas si el ciudadano disfruta de una oferta en panadería variada, competitiva y autoexigente. Pero qué pensaríamos si el único pan que se ofreciera fueran corruscos ajados y sin miga.

He ahí un debate que, incluso en un mismo partido de férrea ideología, cada líder autonómico resolverá según le convenga y sin empeño ni rigor por dar con una visión nacional del problema.

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