Crónica:SILLÓN DE OREJAS

Sonidos del morreo y porno en 3D

Afirma Martin Amis que la era de los grandes lectores está tocando a su fin. Bueno, siempre habrá excepciones. A la niña Enriqueta, por ejemplo, uno de los personajes del dibujante argentino Liniers (véase Macanudo 6, Reservoir Books), le encanta devorar (y exhibir) enormes centones de letra impresa, aunque también tenga aficiones menos cultas. Recuerdo, por ejemplo, una estupenda tira en que Enriqueta y su gato Fellini están sentados en un sofá delante del televisor con los ojos tapados. Juegan a imaginar a qué suenan los besos que se dan los protagonistas de esas telenovelas qu...

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Afirma Martin Amis que la era de los grandes lectores está tocando a su fin. Bueno, siempre habrá excepciones. A la niña Enriqueta, por ejemplo, uno de los personajes del dibujante argentino Liniers (véase Macanudo 6, Reservoir Books), le encanta devorar (y exhibir) enormes centones de letra impresa, aunque también tenga aficiones menos cultas. Recuerdo, por ejemplo, una estupenda tira en que Enriqueta y su gato Fellini están sentados en un sofá delante del televisor con los ojos tapados. Juegan a imaginar a qué suenan los besos que se dan los protagonistas de esas telenovelas que no están viendo, pero escuchan. Miren a qué otros ruidos comparan los onomatopéyicos sonidos (chuic, chuoc, slschg, slorg, sglchug) del amoroso morreo: al de un caracol bailando sobre un micrófono, al de una cuchara revolviendo gelatina, al que emite una señora que tiene problemas con su dentadura postiza, al de alguien que come (más bien sorbe) tallarines al pesto. En todo caso, con los cómics me está pasando algo raro: ahora los leo más y con más gusto que en mi loca juventud. Y no sólo porque se publican más y se editan mucho mejor, sino también porque a menudo tratan de cosas a las que la novela hegemónica suele dar la espalda, demasiado ocupada por mirarse el ombligo o por sumergir a sus personajes en la edad media (y preferentemente en Barcelona). Entre los últimos álbumes que me han llegado selecciono dos de dibujantes muy distintos, pero que coinciden en que comenzaron su carrera bajo el influjo del comix underground del gran Robert Crumb (Filadelfia, 1943). Jaime Hernández (Oxnard, California, 1959) es el autor de Penny Century (La Cúpula), un álbum que recoge una selección de las historias protagonizadas por un conjunto de exuberantes y desinhibidas muchachas cuyas andanzas causaron sensación en la gran eclosión del cómic californiano de los ochenta y noventa. Peter Bagge (Peekskill, Nueva York, 1957) ha reunido en Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones (también de La Cúpula) las salvajes tiras cómicas publicadas en la revista libertaria Reason a lo largo de la primera década de este siglo, y en las que se someten a crítica implacable algunos de los asuntos que más soliviantaban a los estadounidenses, incluyendo la guerra de Irak, el deterioro de los derechos civiles o el aumento del integrismo religioso. Por lo demás, si desean hacerse una idea de las últimas tendencias en la historieta gráfica (especialmente de la europea) pásense por el 29º Salón del Cómic de Barcelona. Y si se cansan, siempre pueden darse una vuelta nostálgica por el vecino centro comercial de Las Arenas, en la ya desacralizada (y magnífica) plaza del toros del mismo nombre. Al fin y al cabo, si los muros curvos y neomudéjares de August Font i Carreras pudieran hablar no sólo nos contarían momentos estelares de la hoy proscrita tauromaquia, sino también de algunos de los grandes encuentros políticos que allí tuvieron lugar durante los años veinte y treinta. Incluyendo, claro, el vibrante mitin protagonizado (marzo, 1919) por el Noi del Sucre (Salvador Seguí), una de las figuras emblemáticas del anarquismo español, al final de la famosa huelga (general) de La Canadiense. Pero eso sí que es otra historia, y no precisamente de tebeo.

Tiradas

Entre los variados e inescrutables misterios de nuestro sector editorial ocupa un lugar preferente el que se refiere a la pluralidad de estadísticas que pretenden reflejarlo. Cada año se publican tres muy diferentes: la de la Agencia del ISBN, la de la Federación de Gremios de Editores (FGEE) y la del Instituto Nacional de Estadística. Sus cifras se parecen tanto como un proteínico huevo de gallina al oscuro y nutritivo fruto de un castaño común (castanea sativa). Cualquier semejanza entre las cifras que cada organismo proporciona es, no ya pura coincidencia, sino ultramundano milagro. De la reciente publicación de las cifras del INE me quedo con un dato extremadamente preocupante: según este instituto, la tirada media en 2010 habría sido de 1.734 ejemplares (comparen con el récord de 4.420 de 2005), a pesar de que el número de títulos habría experimentado un incremento del 2,3% respecto a 2009. Lo más tremendo es que, según el INE, sólo un 3,7% de los libros publicados habrían alcanzado una tirada superior a los 5.000 ejemplares. Al parecer, los editores siguen huyendo hacia delante: inundan el mercado de títulos y rebajan sus tiradas, lo que es un extraño modo de aumentar la facturación. Esos raquíticos tirajes y la hiperinflación de títulos no parecen el mejor remedio para un sector que está resintiendo la contracción del consumo. Por supuesto, los datos del INE no tienen en cuenta muchos elementos correctores, pero resultan significativos. A ver cuándo publican los editores su estudio de comercio interior correspondiente a 2010 y comprobamos si confirman la tendencia; en 2009 -último año del que han suministrado datos- se editaron 329.831.000 ejemplares de 76.213 títulos publicados, lo que ofrece una tirada media de 4.328 por título. Me pregunto cuántos de esos millones de copias descansan en los atiborrados almacenes o van camino de convertirse en pasto de baratillo o (peor) papelote. Y también me pregunto cuál es la proporción entre ejemplares vendidos y devueltos de una librería independiente de tipo medio. A veces pienso que este sector funciona porque Dios (que es pretecnológico) lee cada año El Quijote y Gutenberg tiene un buen enchufe en el cielo.

Onanismos

El eslogan no es equívoco: "Lo mejor de lo más grande en tres seductoras dimensiones". Taschen, el editor que ha logrado introducir el porno más o menos chic en los hogares de clase media (sus productos no quedan mal en la mesa del salón y debajo de, por ejemplo, un libro ilustrado sobre Antonello da Messina), da otra vuelta de tuerca y reedita sus éxitos The Big Book of Breasts y The Big Penis Book (El gran libro de los pechos y El gran libro del pene) en versión tridimensional. Cada día que pasa me reafirmo en que el onanismo (en todas sus formas) se ha convertido -ay- en el verdadero humanismo de nuestro tiempo: de ahí que esos libros se me antojen concebidos bien como fenómenos de feria para disfrute (¿?) individual, bien como eficaces herramientas para los aficionados a la más simple y primitiva de todas las liturgias sexuales. Lo malo es que la hipertrofia mamaria o fálica no es para todos los gustos. Según los peritextos editoriales, los artífices de la transformación "del aburrido 2D del siglo pasado al innovador 3D del siglo XXI" han sido los mismos que surten de efectos especiales a Tim Burton, el director de la última Alicia en el país de las maravillas. Espero que a ningún listo se le ocurra ahora una nueva versión cinematográfica del clásico de Lewis Carroll con un par de enormes pechos interpretando a Tweedledum y Tweedledee o a un megapene de 35 centímetros haciendo de Sombrerero Loco. Los libros se venden (29,99 euros) con el correspondiente par de gafas anaglifo rojo/azul. Sólo uno por libro, lo que confirma el target radicalmente onanista.

Ilustración de Max.