Crítica:PURO TEATRO

Los favoritos de la Luna

El arranque de Falstaff es como para salir por pies. Pedro Casablanc (Falstaff) parece un cruce entre Papá Noel e Ignatius Reilly; Jesús Barranco (Enrique IV), el señor Burns de los Simpson; Alejandro Sáa (Hotspur) grita hasta el espasmo; Carmen Machi compone un arzobispo de York mondo y atravesado, casi un malo de serie B, y el resto de la corte hace pensar en una pandilla de mafiosos Bieito style. Las escenas llegan excesivas, deslavazadas, casi paródicas. Tranquilos, es pasajero: tres horas más tarde sacarías a todo el equipo a hombros (con una grúa hidráulica). La función, le...

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El arranque de Falstaff es como para salir por pies. Pedro Casablanc (Falstaff) parece un cruce entre Papá Noel e Ignatius Reilly; Jesús Barranco (Enrique IV), el señor Burns de los Simpson; Alejandro Sáa (Hotspur) grita hasta el espasmo; Carmen Machi compone un arzobispo de York mondo y atravesado, casi un malo de serie B, y el resto de la corte hace pensar en una pandilla de mafiosos Bieito style. Las escenas llegan excesivas, deslavazadas, casi paródicas. Tranquilos, es pasajero: tres horas más tarde sacarías a todo el equipo a hombros (con una grúa hidráulica). La función, levantada a pulso por un reparto entregadísimo, se afianza y crece (en talento, en ideas, en generosidad) como un souflé de carne y sangre. Marc Rosich y Andrés Lima han llevado a cabo una adaptación sensacional, muy cercana a la que hizo Welles en Campanadas a medianoche, reduciendo a la mitad las seis horas originales, en un castellano fluido y vigoroso, y con proezas humorísticas como una fantástica reinvención de los malapropismos de Mrs. Quickly (aquí doña Rauda) que haría salivar a Cabrera Infante. Andrés Lima no ha querido perderse el festejo: encarna a Rumor y reconvierte al breve personaje en un omnipresente maestro de ceremonias, como el de Hamelin. Comienza en un tono vocinglero de concurso televisivo pero pronto se aquieta, recita el texto de Shakespeare como está mandado, acota la acción, marca distancias, se dirige a los personajes y contempla a sus actores con una sonrisa arrobada y feliz. No es para menos, porque la espuma comienza a subir en las escenas "de prosa" en la taberna: la mentira del asalto, la farsa de la bronca del rey. Son antológicas la caracterización y las transformaciones de los actores (la mayoría doblan papeles), gracias a un soberbio trabajo de Cécile Krestchmar. Y a Beatriz San Juan le basta una larga mesa para crear el espacio de La Cabeza del Jabalí.

La función, levantada a pulso por un reparto entregadísimo, se afianza y crece (en talento, en ideas, en generosidad)

Cuando nos acostumbramos al aire de supermarioneta de Casablanc (narizota postiza incluida) vemos que su Falstaff es rotundamente redondo y no se queda en el consabido perfil de oso pícaro y bonachón: un vitalista amoral que desprecia el honor y la autoridad, cobarde, glotón y embustero, que juega con las palabras y los minutos, pura encarnación de la merry England, pero también un depredador que envía a los más débiles al frente y vacía los bolsillos de los cadáveres. Del mismo modo, Raúl Arévalo construye un príncipe Hal seductor y oscuro, achulado y peligroso, un Michael Corleone de Carabanchel que continuamente combina el impulso y el cálculo. Los dos dicen el texto con verdad y claridad constantes, y están soberbios también, rebosantes de vida, Pistola (Rulo Pardo), Bartolo (Ángel Ruiz), Pato (Chema Adeva), Poins (Alfonso Lara), Loco (Alfonso Blanco) y las dos damas de la taberna: la posadera doña Rauda (Carmen Machi) y la puta Dora Rompesábanas (Rebeca Montero). Un tanto plano, lástima, el Maese Simple de Sonsoles Benedicto, aunque la veterana actriz da luego el do de pecho en el rol de Northumberland (elevado a Lady).

Los pasajes cortesanos me convencen menos, sobre todo en la primera parte, donde prima, como decía antes, una degradación caricaturesca un tanto pueril, antishakesperiana: su genio fue una negativa radical de cualquier reduccionismo. Hotspur es quien más pierde con ese enfoque: es un guerrero puro, lleno de pasión, y Lima lo dibuja como un bastardo de tebeo. Creo que hay un malentendido en su interludio con Lady Percy (María Morales, estupenda): un delicioso enfrentamiento marital, rebosante de amor y humor, en la línea de los de Beatrice y Benedict en Mucho ruido y pocas nueces (así se ha representado siempre), parece aquí una agria escena de maltrato sádico. A cambio, es una ocurrencia natural y divertida que el galés Glendower (Rulo Pardo) hable en gallego "por exigencias del guión", y que Lady Mortimer (Rebeca Montero) cierre ese fragmento con una hermosa versión céltica de Guarda che luna: podía haberse quedado en una gracejería forzada pero tiene mucho encanto y no va contra el espíritu original. La dirección de las batallas alterna resoluciones trilladas (el estático careo entre las dos facciones, montadas en sendas escaleras; la pelea grupal a cámara lenta) y momentos formidables: las sombras agigantadas en la pantalla; la lucha a espada, felizmente realista, entre Hal y Hotspur (en cuya caída relumbra, al fin, Alejandro Sáa). Otra idea notable y muy bien resuelta es la clave de danza para el monólogo del honor, que Falstaff ejecuta casi en staccato.

En la segunda parte no hay una nota falsa. Pedro Casablanc sabe que tiene en sus manos la cuerda trágica y no la suelta, pero en ningún momento la sentimentaliza: Lima parece haberle marcado aquí una semejanza espiritual (e incluso indumentaria) con Max Estrella, y por momentos (el monólogo del jerez) la dicción y la emoción de este gran actor tienen acentos de Bódalo, en una línea que recuerda al Lear que Pou hizo volar a las órdenes de Bieito. También crece y crece el Enrique IV de Jesús Barranco en sus escenas de insomnio y agonía, y Raúl Arévalo se sale por la escuadra en la pugna (literal) por la corona y, cómo no, en el repudio de Falstaff por la más repugnante razón de Estado. Ángel Ruiz, que ha sido un Bartolo de aúpa, presenta en esta segunda parte un Juan de Lancaster que podría escorarse hacia la caricatura pero tiene una frenada matemática y la combinación exacta de humor negro y malignidad. La función se cierra con dos broches de oro, dos acordes complementarios, dos alcoholes. La descomunal Carmen Machi borda una despedida tan perfumada y seca como un chinchón (no se puede decir más con menos, y no se puede decir mejor), y tras ese lirismo acre llega un epílogo con aroma de cerveza fresca, nocturna y compartida entre un Falstaff que nunca morirá y el joven Rumor, convertido para la eternidad en su nuevo compañero de correrías. Falstaff es un trabajo de amor ganado (bravo, CDN) y uno de los mejores espectáculos de esta y de muchas temporadas: a por él, señores.

Falstaff, sobre textos de William Shakespeare. Adaptación de Marc Rosich y Andrés Lima. Dirección de Andrés Lima. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Centro Dramático Nacional. Hasta el 1 de mayo. cdn.mcu.es.

Carmen Machi y María Morales, en una escena de Falstaff, en el teatro Valle-Inclán de Madrid.VALENTÍN ÁLVAREZ