Columna

Sin desayuno

Los desayunos de TVE sirvieron ayer una entrevista ejemplar. Ana Pastor departió, en directo desde Teherán, con el presidente Mahmoud Ahmadineyad. El líder iraní esquivó que la crisis atómica japonesa pueda tener lectura sobre las centrales de su país o la carrera por la bomba en que anda. Seguimos los parámetros de seguridad exigidos hoy, se limitó a devolver el primer plato a la cocina. Ana Pastor, que estuvo inmensa en los primeros 10 minutos, quizá cometió un error al plantear un cruce de golpes sin otro disfraz que la sonrisa amable y el velo, que terminó por caer a los hombros sin...

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Los desayunos de TVE sirvieron ayer una entrevista ejemplar. Ana Pastor departió, en directo desde Teherán, con el presidente Mahmoud Ahmadineyad. El líder iraní esquivó que la crisis atómica japonesa pueda tener lectura sobre las centrales de su país o la carrera por la bomba en que anda. Seguimos los parámetros de seguridad exigidos hoy, se limitó a devolver el primer plato a la cocina. Ana Pastor, que estuvo inmensa en los primeros 10 minutos, quizá cometió un error al plantear un cruce de golpes sin otro disfraz que la sonrisa amable y el velo, que terminó por caer a los hombros sin que ella lo recolocara, toda una toma de postura. Ahmadineyad no dejó su rincón, repartiendo estopa a la defensiva, tras la barrera de demagogia y cinismo, pero lejos de la imagen de payaso ridículo que trata de dar de él el Occidente más primario y reaccionario.

El combate le dejó un flanco abierto. Occidente ha apoyado demasiadas dictaduras para presumir de un discurso coherente sobre lo que hay que hacer en Libia, y en tantos lugares usados de comodín en una estrategia de seguridad y comercio que no se sostiene sobre las bases morales que predicamos por el mundo. Ahmadineyad, en un enroque de 20 minutos de discurso inamovible, no regaló ni una mínima propuesta para librar a los libios del aplastamiento militar; dejó patente que la vida de las personas cuenta cero en los posicionamientos geopolíticos. Solo al sentirse ganador fue cuando dejó salir su bilis antisionista, negacionista y paranoica.

Para entonces la entrevista era un monólogo. La represión policial de los opositores en Irán era esquivada con referencias al separatismo en España. Cualquiera que contradiga su política o ponga en duda el resultado electoral en el que revalidó el poder es delincuente o terrorista. Su catarata de enérgicas pero ladinas consignas impidió el diálogo. La entrevista es un género a veces imposible, pero merece la pena verlo desarrollarse con pasión y libertad. Ana Pastor regaló ayer un pedazo de gran televisión, pese a las frustraciones; la suya, seguro que la primera.

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