Crítica:

Las formas del sensacionalismo

El segundo largometraje de Miguel Ángel Vivas, Secuestrados, parece haber digerido, entre palomitas de multisala de extrarradio, el sofisticado referente del Funny games (1997) de Michael Haneke para convertirlo, irremediablemente, en otra cosa. El resultado final tiene mucho de mash-up, ese subgénero musical que partía de la mezcla contranatura de éxitos ajenos: si Secuestrados fuese un mash-up, Haneke habría aportado el modelo para desarmar; el torture porn de sagas como Saw o Hostel -que, como el aficionado sabe, no son exactamente lo ...

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El segundo largometraje de Miguel Ángel Vivas, Secuestrados, parece haber digerido, entre palomitas de multisala de extrarradio, el sofisticado referente del Funny games (1997) de Michael Haneke para convertirlo, irremediablemente, en otra cosa. El resultado final tiene mucho de mash-up, ese subgénero musical que partía de la mezcla contranatura de éxitos ajenos: si Secuestrados fuese un mash-up, Haneke habría aportado el modelo para desarmar; el torture porn de sagas como Saw o Hostel -que, como el aficionado sabe, no son exactamente lo mismo- inspiraría la base rítmica y las caligrafías de la histeria y el exceso del nuevo cine de terror francés -Ellos, Á l'intérieur, Martyrs...- sustentarían la línea melódica. Vivas ha hecho una película en exceso derivativa, pero, conviene subrayarlo, formalmente virtuosa. El cineasta afronta el reto de contar, casi en tiempo real, el violento acoso de una familia, en su recién estrenada casa de lujo, por parte de una banda de albaneses: su opción estilística consiste en desplegar una sucesión de deslumbrantes planos secuencia.

SECUESTRADOS

Dirección: Miguel Ángel Vivas.

Intérpretes: Fernando Cayo, Manuela Vellés, Ana Wagener, Ditran Biba, Guillermo Barrientos.

Género: terror. España, 2010.

Duración: 81 minutos.

Secuestrados reformula la convencional -y epidérmica- cinta de terror como experiencia vicarial de una situación extrema. Su eficacia para roer los nervios del espectador es irreprochable, pero cuesta detectar otra intención que la de postularse como alternativa inmóvil al Tren de la Bruja. La película no contiene personajes, sino mero cebo. Tampoco hay humor negro ni pulso moral entre agredidos y agresores (tampoco pulso moral). La brillantez de forma no enmascara un defecto de intención: al final, lo que queda es, más que terror, puro (y algo reprobable) sensacionalismo.

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