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En los míticos programas de ese padre de la televisión española que es Chicho Ibáñez Serrador, siempre había una concesión a la grima ternurista. El último día de emisión, el patriarca aparecía en pantalla, junto a un baúl nostálgico, y se dirigía a la audiencia con una despedida melosa y blanda. Todos lo esperábamos y, aunque sufríamos un pellizco de angustia ante el tono, se lo tolerábamos al maestro. El programa Polònia, quizá el más divertido, inteligente y sagaz de parodia política, que emite todos los jueves la televisión pública catalana, cayó en esa debilidad. Al terminar la pasada emi...

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En los míticos programas de ese padre de la televisión española que es Chicho Ibáñez Serrador, siempre había una concesión a la grima ternurista. El último día de emisión, el patriarca aparecía en pantalla, junto a un baúl nostálgico, y se dirigía a la audiencia con una despedida melosa y blanda. Todos lo esperábamos y, aunque sufríamos un pellizco de angustia ante el tono, se lo tolerábamos al maestro. El programa Polònia, quizá el más divertido, inteligente y sagaz de parodia política, que emite todos los jueves la televisión pública catalana, cayó en esa debilidad. Al terminar la pasada emisión, el imitador de Montilla, se deshizo del disfraz y se dirigió a la audiencia y al President. En general, los payasos cometen un error cuando tratan de rescatar a la persona tras la máscara, es como si los bufones reclamaran ser tomados en serio. Su fuerza se basa en no serlo, en carecer de vergüenza, pudor, miedo, un yo real, y por tanto ser kamikazes en aras de la diversión ajena.

El mensaje de despedida a Montilla y su parodia quiso ser tierno y halagador. El personaje aún dará juego, lo siguen dando políticos en el retiro o hasta un Franco que ese programa revive de manera magistral. La imitación de Montilla ha tenido tanto mérito como bailar tangos con un palo de escoba. Han logrado sacar oro de su inexpresividad. Han convertido sus fríos estallidos emocionales en sujeto de risa. Han derretido el hielo con el soplete de la ironía. No hacía falta rendirle al personaje un guiño y homenaje, con aires de payaso con corazón. Salvo por la evidente clave de futuro que el discurso encerraba. Montilla ha permitido que un programa público lo parodie, lo ridiculice y se cebe en sus limitaciones lingüísticas y carismáticas. Ni lo ha cerrado, ni lo ha perseguido, ni ha aprovechado un descuido para cancelarlo por cualquier asunto marginal. El nuevo Govern tendrá que apechar con la herencia. Y quizá los bufones del Polònia solo pretendían recordárselo en las jornadas previas a la investidura, para que todo el mundo sepa que el cargo lleva la pólvora de la risa estallándote en el cogote cada jueves. Habrá que permanecer atentos.

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