Columna

Muertos andantes

Tengo un amigo actor que el otro día cobró 200 euros por pasearse vestido de zombi por el centro de Madrid. Formaba parte de la campaña promocional de la serie The walking dead. Unos 40 zombis recorrieron el centro de la ciudad desde bien temprano. Mi amigo me explicó que vivir la agitación de un día laborable desde la perspectiva privilegiada de un zombi es una experiencia bien clarificadora. Es muy posible que después del mordisco de la crisis económica, que nos trajo un aluvión de historias de vampiros, subliminalmente basadas en la actitud de la banca internacional con los sufridos ...

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Tengo un amigo actor que el otro día cobró 200 euros por pasearse vestido de zombi por el centro de Madrid. Formaba parte de la campaña promocional de la serie The walking dead. Unos 40 zombis recorrieron el centro de la ciudad desde bien temprano. Mi amigo me explicó que vivir la agitación de un día laborable desde la perspectiva privilegiada de un zombi es una experiencia bien clarificadora. Es muy posible que después del mordisco de la crisis económica, que nos trajo un aluvión de historias de vampiros, subliminalmente basadas en la actitud de la banca internacional con los sufridos ciudadanos, haya llegado la hora de la calma depresiva, es decir, del espíritu zombi.

Para contribuir a ello nada mejor que la serie basada en el cómic de Robert Kirkman que ha comenzado a emitir la Fox. Frank Darabont, conocido por sus versiones de las novelas de Stephen King, Cadena perpetua, La milla verde y La niebla, es el responsable de esta pieza de angustia. Los muertos vivientes, en este caso muertos caminantes, representan la amenaza en un paisaje apocalíptico. El primer episodio comienza cuando el ayudante del sheriff tiene que volarle los sesos a una niña rubita mutada en zombi antes de ser herido y trasladado al hospital. Al despertar encuentra un lugar desolado, donde miles de cadáveres se hacinan en los descampados y todo es presa del abandono y la decrepitud. Cuarenta minutos después, este personaje sin tregua se refugia en un tanque abandonado que rodean cientos de zombis. Difícil encontrar un mejor lugar para cerrar el primer capítulo.

The walking dead tiene un aire retro, casi setentero, de cuando las pesadillas invadieron las pantallas y el propio Stephen King comenzó a forjar su leyenda como el más dotado narrador popular de los distintos miedos insuperables. Darabont, hijo de huidos húngaros exiliados a Estados Unidos, ha filmado la temporada de seis episodios, un número ideal para no caer en las rutinas. Si algo se echaba de menos en la primera y adictiva entrega es llegar a entrar en la mirada de algún zombi, compartir con ellos la perspectiva, como logró mi amigo actor. En la serie son una amenazante masa informe, sin particularidades, frente a los pocos humanos supervivientes.

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