Análisis:

Monstruos

Hay demasiados enigmas y perdurables heridas íntimas en la personalidad de un rey de Hollywood llamado Irving Thalberg que la palmó muy joven. La prosa dolorida y poetica del irremplazable Scott Fitzgerald intentó penetrar en la insondable tragedia de Thalberg (tal vez para explicarse a sí mismo la suya, el proceso que transformó al escritor más adorado de América en un perdedor consumido por el alcoholismo y otras enfermedades del alma) en su última, inacabada y extraordinaria novela El último magnate. Thalberg, un todopoderoso productor ejecutivo, cuya intuición y talento eran capaces...

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Hay demasiados enigmas y perdurables heridas íntimas en la personalidad de un rey de Hollywood llamado Irving Thalberg que la palmó muy joven. La prosa dolorida y poetica del irremplazable Scott Fitzgerald intentó penetrar en la insondable tragedia de Thalberg (tal vez para explicarse a sí mismo la suya, el proceso que transformó al escritor más adorado de América en un perdedor consumido por el alcoholismo y otras enfermedades del alma) en su última, inacabada y extraordinaria novela El último magnate. Thalberg, un todopoderoso productor ejecutivo, cuya intuición y talento eran capaces de sacar oro de las piedras, dio luz verde en 1932 a una inaudita película dirigida por Tod Browning. Se titulaba Freaks y combinaba con genio y vocación de kamikaze el realismo (la protagonizaban auténticos monstruos de feria, sin necesidad de efectos especiales), la lírica, el horror y la piedad.

Enciendo la tele en la noche del viernes y me encuentro con el milagro de que La 2 está exhibiendo Freaks, en versión original subtitulada, en horario de máxima audiencia. Sospecho que esta maravilla solo la están disfrutando cuatro despistados, cultivados o alucinados gatos, pero es tan sorprendente como grato que eso ocurra en la televisión pública.

Hago zapping con infinita desgana y absurdo sentido de la responsabilidad y descubro que los freaks más actuales son protagonistas en casi todas las cadenas. En nombre exclusivo de la carroña, el morbo, la banalidad gritona. O de la sagrada demanda, según los cínicos conductores del repulsivo circo. Y ocurren cosas graves. Como que una patética y alcoholizada bipolar haya abandonado la clínica mental en la que está recibiendo tratamiento, con el cebo de que ganará un dinero que le permitirá pagar su estancia en el frenopático, ofrezca un espectáculo cruel y desolador. La llorosa madre de esa desgraciada llama al programa lamentando la utilización que han hecho de su enloquecida hija. El burlón domador de fieras Jorge Javier Vázquez, tan listo, rápido, profesional y desvergonzado, adopta gesto de circunstancias mientras declara: "Esta madre acaba de darnos una bofetada de dignidad". No tengo palabras para describir esa recobrada dignidad.

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