una de piratas

LEGADOS

Bach interpretado al piano por Glenn Gould, su traductor más fascinante y loco. Van Morrison, siempre y en todo lugar. Jerry González como un gigantesco Quijote ojeroso en el Clamores, el otro día, diciéndole la verdad al respetable: "Cambia la jugada". Onetti, Céline, Dostoievski, el Pla que suelta de refilón "es más fácil creer que saber". No sigo, no hay nada exhaustivo en esa lista, se trata simplemente de gentes tocadas con esa rara cualidad que consiste en alborotarle a uno la cabeza y alguna que otra víscera de cuyo nombre no quiero acordarme. Llevo siglos buscando un libro de economía ...

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Bach interpretado al piano por Glenn Gould, su traductor más fascinante y loco. Van Morrison, siempre y en todo lugar. Jerry González como un gigantesco Quijote ojeroso en el Clamores, el otro día, diciéndole la verdad al respetable: "Cambia la jugada". Onetti, Céline, Dostoievski, el Pla que suelta de refilón "es más fácil creer que saber". No sigo, no hay nada exhaustivo en esa lista, se trata simplemente de gentes tocadas con esa rara cualidad que consiste en alborotarle a uno la cabeza y alguna que otra víscera de cuyo nombre no quiero acordarme. Llevo siglos buscando un libro de economía que provoque una impresión remotamente parecida. Agua. Nada. Cero. No.

Los textos sobre esa ciencia funesta suelen encaramarse a lo alto de la lista de ventas: un tal Feuillet también era el escritor más leído en su época. Pero en los grandes libros la economía es apenas el atrezo. Los vagabundos de la cosecha, una serie de reportajes periodísticos que Steinbeck escribió en 1936, es el antecedente de Las uvas de la ira, que relata la diáspora de los desheredados en busca del futuro que les negaba la Gran Depresión. Luego devino en peliculón. Mientras los economistas seguían discutiendo sobre tamaña crisis (así siguen), Steinbeck contó lo fundamental y aun inspiró otra obra magna: Danzad, danzad, malditos. Y fue Groucho Marx quien escribió las páginas más lúcidas sobre el crash del 29. "Se acabó la broma" es su definición del martes negro.

Las crisis tienen un formidable potencial cultural y político. La de finales de los setenta dejó el punk y el asalto a mano armada del Reagan-thatcherismo. El catacrac de 1987 fue para Wolfe, su hoguera de vanidades y para el primero de una saga de estadistas que ha dejado huella en nuestros corazones, George Bush padre. ¿Y España? La crisis del 93 propició el ascenso imparable de Aznar, y esa eclosión fue tan brutal, tan brillante, tan absolutamente tan que dejó medio lelos a los artistas: de esos años son las almodovarianas Kika y Carne trémula, de las que Boyero habrá escrito maravillas.

Tres años después del último batacazo, cabe empezar a temblar con el legado político y cultural de una crisis que se desparrama sobre nosotros como una de esas mujeres de Fellini. El ala derecha de la derecha domina Europa. Y en cuanto a las musas, llevo dos días viéndome hasta la Teletienda y escuchando atentamente Los 40 para poder aventurar que estamos a las puertas de un estallido cultural a la altura de la santísima movida, por lo menos. Que, por cierto, apareció en medio de una crisis morrocotuda y con un Gobierno socialista reconvirtiendo industrias. La vida sigue igual.

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