Análisis:tipos de interés | arte

EL INGENUO

La ingenuidad, esa nefasta cualidad de la raza humana, está siguiendo el mismo camino que la capa de ozono: desvaneciéndose a velocidad de vértigo. Pongamos un ejemplo a vuelapluma y remontémonos para ello a los años ochenta. Si alguien fue adolescente y hombre no habrá podido olvidarlo: el camino hacia el objetivo pasaba siempre por el interlocutor humano. Si uno quería ver a alguna mujer desnuda (lo que pasaba constantemente) no le quedaba más remedio que ir al quiosco o al videoclub. Naturalmente entre el cazador y la presa se hallaba la figura al mando del chiringuito: así que nada de alqu...

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La ingenuidad, esa nefasta cualidad de la raza humana, está siguiendo el mismo camino que la capa de ozono: desvaneciéndose a velocidad de vértigo. Pongamos un ejemplo a vuelapluma y remontémonos para ello a los años ochenta. Si alguien fue adolescente y hombre no habrá podido olvidarlo: el camino hacia el objetivo pasaba siempre por el interlocutor humano. Si uno quería ver a alguna mujer desnuda (lo que pasaba constantemente) no le quedaba más remedio que ir al quiosco o al videoclub. Naturalmente entre el cazador y la presa se hallaba la figura al mando del chiringuito: así que nada de alquilar o comprar porno, al fin y al cabo la parentela del pequeño pervertido era conocida en todo el barrio. Así pues la cosa se limitaba al mundo del terror (siempre en busca del cartelito "no recomendada para menores de 18 años", un seguro de vida) o a las obras magnas del cine italiano, con Alvaro Vitali al frente donde uno podía atisbar alguna teta o -con mucha suerte- unas nalgas.

Aunque a algunos les cueste creerlo y estén frunciendo el ceño ahora mismo, en aquella época no había Internet y por tanto las posibilidades de diversión se limitaban al arte del onanismo por vía onírica. Avancemos tres décadas y miremos al adolescente del siglo XXI: si es usted padre/madre y su hijo ya ha cumplido los 14 y aún no es politoxicómano y adicto al sexo, es que le está educando mal, o lo que es peor, quizás tenga en casa a un ingenuo.

La perdida del modelo naïf y la hiperestimulación están creando seres de nuevo cuño y hoy en día cualquier chaval sabe más de lo que necesitaría saber y el triple de lo que le convendría. Lo llaman la vida 2.0, pero usted puede llamarlo como quiera.

Quizás, querido lector, como paciente sufridor de los males de la era moderna, le guste conocer al último ingenuo integral del que se tuvo noticia: el ingeniero Giorgio Rosa. Este buen hombre decidió un día de 1968 que no encajaba en los adoquines de su país (Italia) y aprovechando un extraño vacío legal, de esos que abundan en tierras transalpinas, se montó su propio país de 200 metros cuadrados con unos tablones y unas cabañas, aupado en unos pilares en la orillita del mar. Lo llamó Isola delle Rose (La isla de las rosas), declaró la independencia e invitó a unos cuantos amigotes a vivir allí. Pero ya se sabe, poco dura la alegría en la casa del ahorcado, porque a los pocos días de la emancipación llegaron cuatro carabinieri, desalojaron la isla, la volaron por los aires con un buen montón de explosivos y si te he visto no me acuerdo. Qué independencia ni qué niño muerto.

Es una buena lección y explica sin embudos lo que les pasa a aquellos que se oponen al progreso. También decían que la pizza congelada no tenía futuro, y qué sería ahora de nosotros sin ella. Así que recuerde, no siga el camino del ingeniero Rosa y pretenda construir utopías de andar por casa con lo fácil que es seguir la corriente y ponerse las botas. La vida 2.0, que gran invento.

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