Estereotipas

Menopáusica en apuros

O me viene hoy o me da un ataque. No sabe nadie el mes que llevo. Me lo cuentan y no me lo creo, todo me tiene que pasar a mí. Se nos ha roto un condón. Sí, a Gonzalo y a mí, te lo juro, o sea. Cuarenta y siete tacos, dos décadas de matrimonio, dos críos, dos casas, dos coches, dos carreras, dos sueldos, ¿y qué? Un accidente lo tiene cualquiera.

Fue una noche tonta. Estábamos de fin de semana en una casa rural con los niños. Llevábamos tres meses de morros sin comerlo ni beberlo ni lo otro, y de qué iba a pensar yo que ese día iba a haber fiesta. El caso es que con la sangría de la cena...

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O me viene hoy o me da un ataque. No sabe nadie el mes que llevo. Me lo cuentan y no me lo creo, todo me tiene que pasar a mí. Se nos ha roto un condón. Sí, a Gonzalo y a mí, te lo juro, o sea. Cuarenta y siete tacos, dos décadas de matrimonio, dos críos, dos casas, dos coches, dos carreras, dos sueldos, ¿y qué? Un accidente lo tiene cualquiera.

Fue una noche tonta. Estábamos de fin de semana en una casa rural con los niños. Llevábamos tres meses de morros sin comerlo ni beberlo ni lo otro, y de qué iba a pensar yo que ese día iba a haber fiesta. El caso es que con la sangría de la cena y los mojitos de después fue calentándoseme la sangre y rompiéndoseme el hielo. Con el otro no hay problema, ese tiene el termostato siempre a punto. Estábamos en pleno proceso de fusión cuando me acordé de repente de dos cosas. De que estaba en la semana de descanso del DIU. Y de que llevaba un preservativo en el bolso. Sí, qué pasa, uno del Día del Orgullo Gay 2005. Llegó de propaganda al curro, lo metí en la cartera y hasta hoy. Era un Durex Love ultrarretardante con sabor a banana split, qué desperdicio, porque nosotros fuimos a lo que fuimos. Y llegamos. Rapidito, pero bien, gracias.

El chasco vino después, con la operación retorno. Ni rastro del casco. ¿Quién, cómo, cuándo, dónde, por qué? El debate en que nos enzarzamos fue apasionado pero estéril. La fértil todavía soy yo. No pegamos ojo. Al alba tomé medidas urgentes. Quien rompe, paga. Así que mandé al infractor que se vistiera de deporte y se fuera corriendo hasta la farmacia del pueblo a por la píldora del día después. La chica de la botica estuvo profesional. Relativamente. Lo miró de arriba abajo y le leyó de cabo a rabo el prospecto del Norlevo delante de los otros clientes de la cola antes de echarle el rapapolvo: "Dígale a ella que esto no es un caramelo y que tenga cuidado. Los dos. Son 20 euros".

Cuando llegó vi el cielo abierto. Me tomé el pastillazo con un zumo del minibar y, ya puestos, nos pulimos todas las miniaturas y nos tuvieron que despertar los críos. Antes me había jurado por ellos pedir hora para la vasectomía en septiembre. Total, que salimos como tórtolos. Había que ver la cara de la boticaria cuando nos la encontramos tomando el vermú en plan familia feliz. La tía va y le saluda con cara de lagarta, lagarta. La miradita que me echó lo decía todo: "Pobrecilla, la premenopaúsi-ca esta no tiene ni idea de que el marido se la pega con una niñata y casi la deja preñada esta noche. Valiente mamón". No le quito la razón. Lo bueno es que la niñata soy yo.

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