Columna

Transparencia

Algo tan normal como intercambiar información sobre el destino que ha elegido el personal para gozar de sus vacaciones, puede convertirse en una pregunta reveladora de mala educación, incómoda, grosera, involuntariamente cruel. Sospechas que hay demasiada gente que ha perdido el curro, tiene sombrías dudas sobre su continuidad o no lo encuentra aunque pase sus lunes al sol presentando currículos (lógicamente breves si son jóvenes, carne resignada de los contratos basura, interminables aunque casi siempre en vano si su edad tiene relación con el otoño), guardando los temerosos ahorros debajo de...

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Algo tan normal como intercambiar información sobre el destino que ha elegido el personal para gozar de sus vacaciones, puede convertirse en una pregunta reveladora de mala educación, incómoda, grosera, involuntariamente cruel. Sospechas que hay demasiada gente que ha perdido el curro, tiene sombrías dudas sobre su continuidad o no lo encuentra aunque pase sus lunes al sol presentando currículos (lógicamente breves si son jóvenes, carne resignada de los contratos basura, interminables aunque casi siempre en vano si su edad tiene relación con el otoño), guardando los temerosos ahorros debajo de la cama en la convicción de que el futuro inmediato puede ser auténticamente árido. Son la clase media tirando a deprimida y la clase baja que se hipotecaron en la presunción de que la prosperidad no tenía certificado de caducidad, sin intuir que el orden natural de las cosas volvería a establecerse marcando el abismo que separa a los ricos y a los inquebrantablemente instalados de los supervivientes y de los pobres.

Sería frívolo preguntarse cómo afecta a la moral de los acojonados, de los que ya no pueden largarse a ningún lugar anhelado suponiendo que todavía tengan la suerte de disponer de vacaciones, cuando les machacan con noticias tan metafísicas como que se está recuperando la confianza de los mercados (me suena a Kafka el término "mercados" pero al parecer posee la misma infalibilidad que Dios), o cuando el timonel de la patria repite orgullosamente que el ejercicio de transparencia de la banca española ha sido del 95%, mientras que la que ha presentado Estados Unidos es del 50% y la del resto de Europa no llega al 65%. Se supone que todo cristo debe de sentirse a punto de orgasmo ante revelaciones tan supuestamente trascendentes, pero sospecho que solo entienden su importancia los que ganan fortunas con la Bolsa. Los angustiados plebeyos solo notan el gran colocón y se sienten los reyes del planeta con las hazañas de La Roja, Gasol, Nadal y Contador. No entienden de mercados ni de transparencia. Menos es nada.

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