Crítica:MÚSICA

El esplendor de un tiempo de festivales

La fascinación por el flamenco tiene cosas como esta. Un hombre, un magnetófono y horas de cante y toque registradas en noches robadas al sueño y entregadas al arte. Y, con el tiempo, un fondo de grabaciones que no es que actualmente se distingan por su valor comercial, pero que sí que poseen una incuestionable valía artística y testimonial. Son los casos, entre otros, del archivo personal del productor Ricardo Pachón o del histórico registrado en los años sesenta en Morón por Moreen Silver (María La Marrurra) y Chris Carnes, del que era depositario el mismo productor. Entre ambos archivos, ci...

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La fascinación por el flamenco tiene cosas como esta. Un hombre, un magnetófono y horas de cante y toque registradas en noches robadas al sueño y entregadas al arte. Y, con el tiempo, un fondo de grabaciones que no es que actualmente se distingan por su valor comercial, pero que sí que poseen una incuestionable valía artística y testimonial. Son los casos, entre otros, del archivo personal del productor Ricardo Pachón o del histórico registrado en los años sesenta en Morón por Moreen Silver (María La Marrurra) y Chris Carnes, del que era depositario el mismo productor. Entre ambos archivos, cientos de horas de grabaciones a las que acechaba la amenaza del deterioro. Afortunadamente, ese peligro ya ha desaparecido gracias a la digitalización de la que han sido objeto en el Centro Andaluz de Flamenco (CAF) y que se debe a sendos acuerdos de colaboración firmados entre la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco (AADF) y el sello Flamenco Vivo de Ricardo Pachón. Hoy, en efecto, casi la totalidad de esas grabaciones se encuentran volcadas a la red que configuran los Puntos de Información del Flamenco (PIF), distribuidos por las delegaciones de cultura, bibliotecas públicas provinciales y el Centro de Documentación Musical.

Extraídos del más reciente de esos fondos, se ha editado una colección de cinco volúmenes monográficos que nos devuelven al esplendor de los festivales de verano de los años setenta y, enmarcados en ellos, las voces, también en un momento espléndido, de artistas ya desaparecidos pero con un espacio propio en la historia del flamenco del siglo XX: La Paquera, Terremoto, Chocolate, Naranjito de Triana y Turronero acompañados de las guitarras ilustres de Paco Cepero, Manuel Morao, Manuel Domínguez, Enrique de Melchor y José Cala, El Poeta. Para Pachón, autor de las grabaciones, se trataba de "una época estupenda. Llegabas con tu equipo y nadie te decía nada. Todo eran facilidades. Grababas con micrófonos de estudio que normalmente eran mejores que los que había sonorizando el espectáculo". Aunque siempre queda reflejada la atmósfera de los festivales, con los comentarios de los artistas, cada uno de los volúmenes goza de una cualidad propia que lo hace distinto del otro. Turronero luce como un artista de gran tirón popular que encandilaba con sus letras tan personales y su compás por bulerías y tangos, siempre en perfecta complicidad con la guitarra de Cepero. "Los dos eran los chulitos de los festivales", afirma Pachón. Opuesto es el ejemplo de Naranjito de Triana, el único no gitano de la serie, que ofrece su cante apolíneo y bien afinado en la soleá de los alfareros o los tangos de El Titi. En el caso de Chocolate, son de destacar tanto sus fandangos personales como la sobredosis de martinetes y tonás que transportan la herencia de los Cagancho. A Terremoto sigue sorprendiendo escucharlo por soleares y seguiriyas, con ese eco telúrico que lo caracterizaba, por más que en ocasiones se disculpa por haber estado "malito". La Paquera, por fin, luce con toda la fuerza en su repertorio de fandangos, tangos y bulerías.