Necrológica:

Wolfgang Wagner, nieto del compositor alemán

Dirigió y devolvió el prestigio al Festival de Bayreuth

El genio de Richard Wagner es tan descomunal que ni el paso por la tierra de un mal absoluto como el nazismo pudo con él. Lo utilizó hasta la saciedad, exprimió cada gota de sus óperas para justificar lo injustificable, encontró inspiración en su mundo, su filosofía y sus notas para imponer la supremacía y el exterminio, pero aun así, no pudieron con él.

Porque el mensaje, las lecturas, la dimensión wagneriana es tan rica, llena de matices y dada a infinitas lecturas -con el motor continuo de la pasión sin precio y la búsqueda de la libertad a toda costa- que no cabe en la obtusa sensib...

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El genio de Richard Wagner es tan descomunal que ni el paso por la tierra de un mal absoluto como el nazismo pudo con él. Lo utilizó hasta la saciedad, exprimió cada gota de sus óperas para justificar lo injustificable, encontró inspiración en su mundo, su filosofía y sus notas para imponer la supremacía y el exterminio, pero aun así, no pudieron con él.

Porque el mensaje, las lecturas, la dimensión wagneriana es tan rica, llena de matices y dada a infinitas lecturas -con el motor continuo de la pasión sin precio y la búsqueda de la libertad a toda costa- que no cabe en la obtusa sensibilidad de una manada de cabezas cuadradas. Con eso contó su nieto, Wolfgang Wagner, muerto el 21 de marzo en Bayreuth a los 90 años y nacido el 30 de agosto de 1919, para resucitarlo y devolverlo al mundo limpio de mácula.

Nuevas lecturas

Esa fue su principal función. Entender la grandeza wagneriana en un mundo cambiante y necesitado de referentes mayúsculos. Así que el heredero, como intentó hacer también Wieland, el otro nieto de Wagner muerto en 1966 -con quien en principio compartió la dirección del festival-, supo que había que asearlo con nuevas lecturas. Aproximaciones ambiciosas a manos de genios interpretativos como han sido Patrice Chereau, en la escena, o Pierre Boulez y Daniel Barenboim, el judío que predica con la gran música en territorios minados para el creador de Tristán e Isolda como Israel, para modernizarlo.

El nuevo Bayreuth, el festival que creara el compositor en Alemania para representar sus obras, ha sido el escenario sobre el que el propio Wagner ha resucitado sobre sus cenizas. Sus restos eran apestosos tras el final de la II Guerra Mundial. Ahora suenan mejor los acordes de Los maestros cantores, bajo el foso tamizado de la colina verde, que envenenados por los altavoces de Auschwitz. Era urgente su salvación y a ello se dedicó con inteligencia y mano izquierda Wolfgang Wagner durante medio siglo, desde que en 1950, él y Wieland se decidieran a crear el nuevo Bayreuth.

Ahora les toca el turno a sus herederos. La lucha por la sucesión no ha estado exenta de polémicas ni zancadillas. El viejo Wolfgang estaba empeñado en que Katharina, hija de su segundo matrimonio, se hiciera con la dirección en vez de Eva, su heredera primogénita. Finalmente, tras la muerte de Gudrun, la segunda esposa de Wagner, ambas firmaron una paz que las ha colocado en una dirección conjunta.

Sus retos son seguir modernizando y arriesgándose con lecturas contemporáneas del legado. Contar, como hizo su padre, con nombres radicales como los de Götz Friedrich, Heiner Muller o Christoph Schlingensief y renovar sonoramente el mundo wagneriano con batutas equivalentes a las de Hans Knappertsbusch, Christian Thielemann o Barenboim, que durante esta nueva era wagneriana se han convertido en referencias gracias a su paso por el nuevo Bayreuth.

Wolfgang Wagner, en el festival de Bayreuth de 2008.AP

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