Columna

Vacilona

Deduzco que hay conmoción nacional por el desajuste sentimental que padece su diosa. Esta vez no es el interminable culebrón con la familia de un torero que es el padre de su hija, ni la trascendencia de su irreparable cirugía estética, ni las campanadas de Nochevieja, ni la vendible privacidad de su criatura, ni las sustancias químicas que alborotan el carácter, ni sus penetrantes opiniones sobre el estado de las cosas, ni el nadeo de la nada, sino el divorcio del camarero que iluminaba su intelectual existencia. Es imposible no flipar con las razones de la indiscutible monarquía de Belén Est...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Deduzco que hay conmoción nacional por el desajuste sentimental que padece su diosa. Esta vez no es el interminable culebrón con la familia de un torero que es el padre de su hija, ni la trascendencia de su irreparable cirugía estética, ni las campanadas de Nochevieja, ni la vendible privacidad de su criatura, ni las sustancias químicas que alborotan el carácter, ni sus penetrantes opiniones sobre el estado de las cosas, ni el nadeo de la nada, sino el divorcio del camarero que iluminaba su intelectual existencia. Es imposible no flipar con las razones de la indiscutible monarquía de Belén Esteban en el corazón del pueblo llano. El surrealismo tampoco sirve para entender ese extasiado vasallaje. Pero la adoración popular hacia alguien que supuestamente encarna las esencias de la gente de la calle tiene antecedentes más siniestros que esta dama tan ocurrente y natural. También se identificaban con Jesús Gil. Si alguien tan soez, inculto, elefantiásico, paleto, deslenguado, bravucón, fascistoide y turbio logró acumular poder, fama y riqueza se supone que esa gloria estaba al alcance de cualquier plebeyo con iniciativa, astucia y ambiciones.

Llego tarde en Sálvame al testimonio de la tal Esteban sobre su ruina sentimental, pero a cambio disfruto enormemente con el toreo que le hace a los expectantes buitres una sofisticada, elegante y cínica señora llamada Paola Dominguín. Su presencia en plató tan indeseable imagino que obedece a motivos exclusivamente pecuniarios. Y se lleva la pasta sin otorgar un gramo de carnaza, la única mercancía por la que se rige el vertedero. Cuando le preguntan por la enfermedad de Lucia Bosé se niega a responder ya que eso son temas personales. Tampoco lo hace, apelando a la sagrada intimidad de los temas personales, sobre las escandalosas declaraciones de su hermano Miguel. Sus estafados interrogadores están a punto del ataque de nervios. A cambio, la informan de que su padre era un impenitente follador y de que tiene hermanos desconocidos en medio mundo. Paola asiente divertida. Y se abre lanzando besos, con estilo de pasarela, muerta de risa, con el dinero calentito.

Archivado En