PUES NO ESTOY MUY SEGURO | OPINIÓN

Instrucciones para volver al sosiego

Son inútiles las instrucciones para volver al sosiego. Nadie las cumple, nadie las va a cumplir. Vivimos en la era del desasosiego. Pero eso empezó casi cuando empezó el mundo. Así que es inútil proponer sosiego. A veces los reyes intentaron imponerlo. Pero les salió fuego.

Felipe II lo recomendaba a sus súbditos. Sosegaos. Él conseguía lo que no consigue el último heredero de su trono, don Juan Carlos. El rey Borbón pidió sosiego y Dios la que se armó. Pidió que hablaran unos con otros, y empezaron a insultarse. Hablar es lo propio del Parlamento. Pero el Parlamento no parece enterarse...

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Son inútiles las instrucciones para volver al sosiego. Nadie las cumple, nadie las va a cumplir. Vivimos en la era del desasosiego. Pero eso empezó casi cuando empezó el mundo. Así que es inútil proponer sosiego. A veces los reyes intentaron imponerlo. Pero les salió fuego.

Felipe II lo recomendaba a sus súbditos. Sosegaos. Él conseguía lo que no consigue el último heredero de su trono, don Juan Carlos. El rey Borbón pidió sosiego y Dios la que se armó. Pidió que hablaran unos con otros, y empezaron a insultarse. Hablar es lo propio del Parlamento. Pero el Parlamento no parece enterarse. Un día vamos a encontrarnos al Gobierno y a la Oposición como Beckett y Joyce, que se juntaban a jugar al billar y estaban cinco horas sin decirse ni media palabra. Pues aquí el Gobierno y la Oposición están a sus cosas, uno tratando de sobrevivir y la otra tratando de sobrenadar.

A mí me ha sorprendido la respuesta que el Rey recibió. Sosegaos, dijo, como su antecesor. A Felipe II le hacían más caso. Claro, ahora ningún Rey hace temblar a sus súbditos, al menos no debe, pero de eso a que le respondan levantando aún más la voz va la distancia que media entre lo que es normal y lo que resulta, digamos, irrespetuoso.

Habló el Rey y Dios la que se armó. Hubo un escritor, Francisco Candel, que escribió en la posguerra un libro sobre la falta de sosiego en la Barcelona de la periferia, Donde la ciudad pierde su nombre.

Y Dios la que se armó. Pedía comprensión, mejores vibraciones para convivir, y le dijeron de todo. Así tituló la secuela de aquel libro que le explotó en las manos: Dios la que se armó. Era un buen hombre que al final de sus días tenía el aspecto de un pájaro frágil, como el pájaro al que miraba deambular por su casa humilde.

En España siempre hay razones para romper el sosiego, aunque lo pida el Rey. Aquí se trabaja (o se vive) como si la calma diera miedo. Y la gente levanta la voz a las primeras de cambio. Los que levantan mucho la voz (en las tertulias, en los periódicos) se asustan, o simulan asustarse, cuando desde el otro lado se les recuerda que tampoco es necesario que levanten tanto la voz. Pero así son las cosas de la ausencia de sosiego.

Estuve escuchando el rifirrafe entre la ministra de Defensa, Carme Chacón, y la secretaria de los populares, Dolores de Cospedal, en el Senado. Cospedal es senadora, pero va poco, y por tanto pregunta poquísimo. La ministra le afeó que, teniendo la oportunidad de preguntar, no se hubiera preparado el lance. Y la senadora manchega se sintió manchada. Y Dios la que se armó. Así están siempre. A la ministra le vi humor; a su oponente no le vi sosiego. Y le conviene. Oponerse en tiempo de crisis es pedir calma, y para eso hay que tenerla.

Rajoy de ZapateroMatt

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