Columna

Sin juicio

Mantener debate sobre un asunto serio en la televisión se parece cada vez más a leer a Heidegger por los altavoces de un estadio de fútbol. Puede que sea una iniciativa loable, pero antes de echarse al monte tendrían que darse las condiciones de salubridad mínimas. Asistir a un debate vociferante sobre la pertinencia de incluir la cadena perpetua en nuestro Código Penal no puede desarrollarse en un medio tan caliente como el televisivo. Porque al final es como hacer natación acuática sincronizada en una charca contaminada. Y cuando sucede finalmente, salimos todos manchados.

Si en la mu...

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Mantener debate sobre un asunto serio en la televisión se parece cada vez más a leer a Heidegger por los altavoces de un estadio de fútbol. Puede que sea una iniciativa loable, pero antes de echarse al monte tendrían que darse las condiciones de salubridad mínimas. Asistir a un debate vociferante sobre la pertinencia de incluir la cadena perpetua en nuestro Código Penal no puede desarrollarse en un medio tan caliente como el televisivo. Porque al final es como hacer natación acuática sincronizada en una charca contaminada. Y cuando sucede finalmente, salimos todos manchados.

Si en la muerte del escritor Salinger pudimos divertirnos a costa de su pelea por no existir y su tremendo fracaso frente al poder mediático, en el caso del muchacho conocido como El Rafita creo que no tenemos muchas razones para reír. Todo en su relevancia mediática es negativo, desde los seguimientos durante los intentos de reinserción hasta la vigilancia alegal con cámaras ocultas. Nadie podrá devolver a los familiares de Sandra Palo, la joven asesinada por él en compañía de otros, aquello que les fue arrebatado. Ni tan siquiera la justicia consuela del dolor, porque no se inventó con esa finalidad, sino con la de hacer el mundo razonable y vivible. Hemos de asumir que esta labor a veces incomprendida, rara, nada consoladora, se ejerce desde la frialdad y la cordura, jamás desde el desgarro o el ensañamiento. Sin embargo, los medios de comunicación pretenden asumir a ratos un valor superior al que les ha sido concedido. Lo que comenzó como una denuncia de la absoluta falta de coordinación de los servicios de vigilancia, se acaba convirtiendo en toda una cascada de disparates informativos, donde ciertas televisiones se entregan a la caza del delincuente como si grabar su imagen, robarle unas palabras fuera de tono o provocar su nueva huida desesperada, fueran una nueva forma de justicia mediática que consolara el dolor de las familias por medio del linchamiento público. No sé si es sano querer detentar ese poder, como si las cámaras fueran el ojo de Dios del que nunca te librarás y te perseguirá de por vida. Es demoledor pensar que Dios o el tribunal correspondiente puedan ser sustituidos por Telecinco o alguna otra cadena de nuestro espectro audiovisual.

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