Crónica:20ª jornada de Liga

Guti y los fantasmas

El Madrid, tras una gran victoria en Riazor, disfruta del genio de su segundo capitán - Lejos de resaltarse su pulso con el mejor Barça de siempre, a su alrededor se fomenta el victimismo - Triunfo del Sevilla sobre el Valencia con una obra de arte entre Navas y Negredo - Valverde, destituido

Ni la excelencia de Guti, uno de los picassos de la temporada, sofoca al entorno madridista, empecinado en una deriva victimista tan absurda como innecesaria. El Madrid nunca necesitó coartadas arbitrales ni fomentó conspiraciones marcianas. Eso estaba en el tuétano culé. Hasta la llegada de Johan Cruyff al banquillo, el Barça navegaba en búsqueda de cualquier excusa que justificara su papel segundón -dos Ligas en 30 años, entre 1960 y 1990- ante un imperial Madrid. Desde que Di Stéfano cambiara el paso a los blancos, el club abanderó un credo irrenunciable: el señorío, el orgullo y el ...

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Ni la excelencia de Guti, uno de los picassos de la temporada, sofoca al entorno madridista, empecinado en una deriva victimista tan absurda como innecesaria. El Madrid nunca necesitó coartadas arbitrales ni fomentó conspiraciones marcianas. Eso estaba en el tuétano culé. Hasta la llegada de Johan Cruyff al banquillo, el Barça navegaba en búsqueda de cualquier excusa que justificara su papel segundón -dos Ligas en 30 años, entre 1960 y 1990- ante un imperial Madrid. Desde que Di Stéfano cambiara el paso a los blancos, el club abanderó un credo irrenunciable: el señorío, el orgullo y el máximo sudor al servicio del talento. Convertido en senyera política frente al opresor centralismo, al Barça le bastaba una pifia de Guruceta o un desplante de Melero al Cruyff jugador para maquillar sus desatinos.

Desde que el holandés se hizo con la pizarra para evitar la agonía definitiva del nuñismo, tantas veces un reguero de lágrimas por tanta supuesta afrenta, el Barça logró una mutación que parecía impensable. El equipo ya no se derrumbaba ante tramas imaginarias, sino que resistía el envite de su glorioso rival hasta el último instante. Así se hizo con tres Ligas al límite. El positivismo azulgrana caló, y de qué manera, en Chamartín, donde se tenía al Barça como un llorón que sacaba bandera blanca en cuanto tenía ocasión. Cruyff llegó a la caseta en 1988 y desde entonces el fútbol español disfruta de un pulso sideral entre sus dos grandes instituciones. Un pulso real, no como en tiempos pretéritos, cuando el ruido azulgrana era muy superior a su efectividad. Desde 1988, el Barça ha conquistado nueve Ligas y el Madrid ocho; en ese periodo, cada club ha levantado tres Copas de Europa.

Hoy, el duelo se mantiene por todo lo alto y tanto antes como ahora hubo debates, meigas, fantasmas, gafes, dislates arbitrales... Se trata de dos instituciones grandiosas, con dos plantillas a la altura de las mejores de la historia. Pero, lejos de glorificar el reto entre ambos como una bendición, se destila un empeño persistente en enturbiar tan gigantesco partido. Lo mismo se pretende condonar a toda costa un codazo con recursos y pataletas que implican a su principal adversario como se llama a la rebelión por un fuera de juego de quizá medio metro tras una pícara y vertiginosa jugada barcelonista. Una acción que precedió a un gran partido del Madrid, con un Guti soberbio, un Ramos como caudillo defensivo, un Benzema picante y activo... Y todo con ocho jugadores nacionales, sin Cristiano ni Higuaín, autores de 20 goles ligueros entre ambos. Una victoria meritoria que encumbra a un equipo que llevaba 18 años cateando en Riazor. Tras una jornada para las serpentinas, en ciertos sectores del madridismo aún se buscaba consuelo ante el triunfo del Barça.

Al Madrid no le conviene olvidar su pasado glorioso y señorial. Jamás se concedió excusas. Hoy, con un equipazo capaz de mantenerse en el retrovisor de un rival igual de deslumbrante (pero más cuajado), tampoco. Cuando le llegue la tentación, que repase el No-do y vea la debilidad azulgrana en sus tiempos de autocompasión. El club calla. Un silencio cómplice.

Negredo y Jesús Navas se abrazan tras la consecución del segundo gol del Sevilla.EFE

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