Necrológica:

Miep Gies, guardiana del diario de Ana Frank

Cuidó de la familia judía en su escondite de Ámsterdam

Llegó a centenaria, pero Miep Gies, la mujer que rescató las notas escritas por Ana Frank en su diario, convertido ya en el testimonio más leído del Holocausto, seguía detestando un día del año. El 4 de agosto. El mismo en que los nazis descubrieron a Ana y a su familia en su escondite de Ámsterdam y se los llevaron para siempre a los campos de concentración. "Pretendemos que no pasa nada. Que el día no existe y las horas no pasan. Yo miro a propósito por la ventana. Jan, mi marido, se sienta de espaldas a los cristales. Cuando todo casi se acaba, respiramos de nuevo tranquilos". Así describía...

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Llegó a centenaria, pero Miep Gies, la mujer que rescató las notas escritas por Ana Frank en su diario, convertido ya en el testimonio más leído del Holocausto, seguía detestando un día del año. El 4 de agosto. El mismo en que los nazis descubrieron a Ana y a su familia en su escondite de Ámsterdam y se los llevaron para siempre a los campos de concentración. "Pretendemos que no pasa nada. Que el día no existe y las horas no pasan. Yo miro a propósito por la ventana. Jan, mi marido, se sienta de espaldas a los cristales. Cuando todo casi se acaba, respiramos de nuevo tranquilos". Así describía la desazón que le producía pensar, año tras año, en la tragedia de la familia que protegió durante la ocupación nazi de Holanda. Ahora que ha fallecido, el 11 de enero, después de una caída, con 100 años, ha vuelto a recordarse su propia biografía, también accidentada.

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Nació en Viena, en 1909, como Hermine Santrouschitz. Ante la escasez de alimentos provocada por la I Guerra Mundial, su familia decidió en 1920 que se trasladara a Holanda. Primero recaló en Leiden, la ciudad universitaria más antigua del país. En 1922 fue acogida por una familia en Ámsterdam y se asentó allí. Una década después, conoció por casualidad a la familia de Ana Frank, al solicitar un empleo temporal como secretaria en la empresa de productos para mermeladas de Otto, el padre. La contrataron, y luego ascendió a encargada general. Se casó con su novio holandés, Jan Gies, y ayudó a integrarse a su jefe y a los suyos, judíos alemanes emigrados. Miep, su apodo cariñoso, hablaba alemán y holandés, y se hizo muy amiga de los Frank.

En 1941, un roce con las fuerzas nazis ocupantes fue el preludio de lo que sucedería más tarde. Holanda fue invadida en mayo de 1940, y ella fue instada a inscribirse en una asociación nazi de mujeres. No lo hizo, y la amenazaron con deportarla a Austria. Pudo seguir con su trabajo, pero las circunstancias eran cada vez más difíciles.

Escondidos y traicionados

En 1942, la vida era insostenible para los judíos de la capital holandesa. Se escondían, pero los traicionaban a menudo gentes necesitadas de dinero o afines al nuevo régimen. Otto decidió que había llegado el momento de ocultarse. Acondicionó el "cuarto de atrás", una especie de trastero, y allí permaneció con su esposa y sus hijas, Ana y la mayor, Margot, y otros cuatro amigos. Tras la guerra, Miep contó cómo su jefe le hizo partícipe de su secreto: "Hemos pensado ocultarnos aquí, en el edificio', me dijo. '¿Querrías traernos víveres?', me preguntó. Le dije que sí, claro".

Con igual sencillez de que hizo gala toda su vida, arriesgó su propia seguridad y les ayudó. Les llevaba comida y periódicos y les mantenía al tanto de la situación en el exterior. El encierro fue seguro hasta el 4 de agosto de 1944. Tras un chivatazo aún no esclarecido, los nazis rompieron la puerta del trastero y detuvieron a todos. Por fin, todo acabó. Miep subió al cuarto de Ana. El suelo estaba lleno de hojas manuscritas con la buena letra de la niña. Recogió el diario íntimo, de tapas de cuadros rojas, y lo guardó. "Nunca lo leí. Era una niña, pero tenía derecho a su intimidad", dijo luego.

El único superviviente de la familia fue el padre, Otto. En 1945, la Cruz Roja le confirmó la muerte de su esposa e hijas de tifus, en el campo de concentración de Bergen Belsen, y Miep le entregó el diario. Antes de que dedicara el resto de su vida a la obra de su niña, el famoso Diario de Ana Frank, la antigua secretaria le prestó otro servicio desinteresado. Le acogió en su propia casa durante dos años.

Si la alababan por lo que hizo, señalaba a su marido, "un héroe, como todos los de la Resistencia", decía. Y añadía: "Hicimos lo que se espera de un ser humano, ayudar a otro". Cuando el Diario se convirtió en uno de los libros más leídos del mundo, empezó a viajar y a dar conferencias. Su sola presencia, anciana pero vital hasta el final, era la manera más efectiva de fomentar la tolerancia y la memoria del Holocausto. Su segunda labor tras haber salvado uno de sus escritos clave.

Miep Gies, con su libro Recuerdos de Ana Frank, en 1998.AP

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