Crítica:LIBROS | Ensayo

Mao: Yugong y el sol rojo

Aun cuando Mao Zedong era anticonfuciano, siguió puntualmente un consejo del maestro de la lógica tradicional: para el gobernante, lo esencial era dar con las designaciones correctas. Una vez encontradas, las palabras se convertían en acción. Eso intentó lograr Mao, en realidad "el último emperador", cuando lanzó de modo voluntarista los dos grandes procesos hacia la consumación de la sociedad comunista, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, que supusieron otros tantos desastres. Quiso repetir la hazaña de su personaje, el viejo Yugong, que se empeñó en demoler las montañas y lo log...

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Aun cuando Mao Zedong era anticonfuciano, siguió puntualmente un consejo del maestro de la lógica tradicional: para el gobernante, lo esencial era dar con las designaciones correctas. Una vez encontradas, las palabras se convertían en acción. Eso intentó lograr Mao, en realidad "el último emperador", cuando lanzó de modo voluntarista los dos grandes procesos hacia la consumación de la sociedad comunista, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, que supusieron otros tantos desastres. Quiso repetir la hazaña de su personaje, el viejo Yugong, que se empeñó en demoler las montañas y lo logró, con la ayuda de los ángeles; él lo haría guiando al pueblo chino, al impulsar su lucha victoriosa contra el imperialismo y el revisionismo. Desde una ilimitada ambición de poder, refrendada por el culto que le prestaron voluntaria o involuntariamente cientos de millones de chinos.

La revolución cultural china

Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals

Traducción de A. Permanyer

y D. Martínez-Robles

Crítica. Barcelona, 2009

910 páginas. 45 euros

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La magnífica crónica de MacFarquhar y Schoenhals reconstruye con toda riqueza de detalles el insólito proceso revolucionario puesto en marcha por Mao en 1966 y que sólo se extinguió definitivamente con su muerte diez años más tarde. El título en inglés, La última revolución de Mao refleja muy bien la interpretación de los autores, al enmarcar el relanzamiento revolucionario de Mao en su guerra declarada al revisionismo soviético y en la encrucijada en que se encontraba China tras estrellarse en el Gran Salto, con Liu Shaoqi y Deng Xiaoping al frente de un Partido Comunista cuya organización escapaba al control directo de Mao, si bien no a su indiscutible preeminencia. Era "el sol rojo". El imperialismo americano perdía importancia, a fin de cuentas era un "tigre de papel" y por eso en plena efervescencia revolucionaria Mao recibirá a Nixon.

La mayor laguna observable en el libro de MacFarquhar y Schoenhals proviene de que los autores no tienen en cuenta que la estrategia diseñada en 1966 responde a posiciones de importancia capital que Mao ya llevó a la práctica desde muchos años antes. Así la relación entre líder y masas por encima del Partido -"de las masas a las masas", en 1943-, el énfasis puesto en el papel decisivo de las ideas, y por ello en su capacidad creativa y/o destructora, más las consiguientes centralidad de la lucha ideológica y prioridad para el objetivo de la "reforma del pensamiento". La excepcional habilidad táctica de Mao en el curso de la Revolución Cultural fue nueva. No así su base ideológica. En contra de lo que opinan los autores, China en 1966 no era "un Estado comunista estándar". Los tremendos zigzags políticos, con su terrible coste económico y humano, el tipo de relación entre masas y Partido, entre éste y Mao, el protagonismo de aquéllas en la acción punitiva contra los adversarios de clase tenían desde antes poco que ver con los de otros países comunistas.

La ausencia no afecta al rigor y a la precisión con que es descrito el proceso mediante el cual Mao moviliza primero a los Guardias Rojos, amparados en el Ejército y en la policía, para asaltar literalmente las posiciones de poder del Partido; sigue y orienta más tarde a sus seguidores en los avatares de unos enfrentamientos que acaban dinamitando al PCCh y llevando a la muerte a Liu Shaoqi, presidente de la República y número dos; frena luego la insurrección con el sostén del Ejército; contempla la muerte de su lugarteniente Lin Biao y por fin acaba admitiendo que el siempre fiel Zhou Enlai recupere al antes depurado Deng Xiaoping para restablecer los equilibrios políticos. No sin vaivenes de última hora que otra vez hacen retroceder a Deng en 1975, tras la aparición de la Banda de los Cuatro, así llamada por el propio Mao.

"Para Mao Zedong", escribió Simón Leys, "la Revolución Cultural se saldó con una victoria personal; eliminó a sus adversarios, recuperó el poder del cual se le había apartado progresivamente desde 1959 y conjuró temporalmente la amenaza de desmaoización...". El libro de MacFarquhar y Schoenhals confirma esa visión, si bien al reconstruir los sucesivos episodios da lugar a una imagen más compleja, y al mismo tiempo más confusa, donde los cambios de rumbo se deben con frecuencia a la confianza absoluta que Mao tiene de su propio juicio, por encima de los alineamientos ideológicos. Podía encargar a Deng que corrigiera a la Banda y luego hacerse eco de sus críticas, ordenando una última purga contra Deng por "desviacionismo derechista".

De La revolución cultural puede extraerse una conclusión similar a la de Zhisui Li en su libro sobre la vida privada de Mao: "Deseo que sirva para recordar las terribles consecuencias de la dictadura de Mao y cómo hombres buenos e inteligentes, al vivir bajo su régimen, se vieron obligados a violar sus propias conciencias y sacrificar sus ideales para sobrevivir".