Columna

Infelices

El cómico percibe de inmediato la simpatía del público cuando inicia su monólogo paladeando con deleite el amargo adverbio: "In-fe-liz-men-te...". En España estamos viviendo un periodo de exultante infelicidad colectiva. Algunas noticias que antaño provocaban grandes alegrías tipográficas y orgasmos sistémicos, son ahora tratadas como sospechosas filtraciones al servicio de la desacreditada teoría de los brotes verdes. Así vemos una vanguardia de futurismo pesimista en los medios que gozaron como posesos en la década del delirio especulativo. "Infelizmente, la Bolsa ha subido un 30% en ...

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El cómico percibe de inmediato la simpatía del público cuando inicia su monólogo paladeando con deleite el amargo adverbio: "In-fe-liz-men-te...". En España estamos viviendo un periodo de exultante infelicidad colectiva. Algunas noticias que antaño provocaban grandes alegrías tipográficas y orgasmos sistémicos, son ahora tratadas como sospechosas filtraciones al servicio de la desacreditada teoría de los brotes verdes. Así vemos una vanguardia de futurismo pesimista en los medios que gozaron como posesos en la década del delirio especulativo. "Infelizmente, la Bolsa ha subido un 30% en la última sesión del año". En el mundo de la infrarrealidad, la única esperanza productiva a la que podemos aferrarnos es a la industria nasal de Belén Esteban. El propio Zapatero, al que se le atribuía un optimismo genético, ha terminado el año como un dominico descalzo, entregado en cuerpo y alma a la ideología del Pesimismo Único. En su momento, debió salir en televisión y decir lo que nunca dirá un rey en mensaje navideño: "La fiesta ha terminado, señores, España está jodida y hay un billón de euros volando como golondrinas". En realidad, Zapatero afrontó la crisis al estilo bien tradicional: esa ilusión autárquica de que España es diferente. El suyo fue un optimismo fallido, pero era el principal rasgo de su personalidad, en un panorama donde abundan los cenizos que todavía no se han repuesto de la pérdida de Cuba en 1898. No, no debería haber ofrecido esa entraña optimista en sacrificio. Zapatero llega tarde al pesimismo. Ese campo está abarrotado y la competencia resulta feroz. No hay más que estudiar la fisiognomía política de España. El día de su conversión, Zapatero presentaba un semblante trágico. Mientras tanto, Rajoy hablaba de "suicidio" económico, y de desastre inminente, con un desparpajo facial que daba gloria verlo. En la resaca del fin de fiesta, alguien nos ha birlado los años del futuro. Menos mal que nos quedan las narices.

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