Columna

Pep

La idea de que el fútbol no tiene alma, que se mueve por el dinero o por los intereses, se detiene en Pep Guardiola y halla su metáfora máxima en esas lágrimas que vimos el sábado cuando su equipo se proclamó campeón del mundo de clubes en Abu Dabi.

La retransmisión (Telecinco) fue como todas las retransmisiones de las gestas futbolísticas; espectadores, zapatazos, gestos de entrenadores furibundos o perplejos, lamentos de los comentaristas, alegría de los fans, tristeza de los perdedores; en esa ocasión, además, mujeres enfundadas en camisetas del Barça y en los velos islámicos....

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La idea de que el fútbol no tiene alma, que se mueve por el dinero o por los intereses, se detiene en Pep Guardiola y halla su metáfora máxima en esas lágrimas que vimos el sábado cuando su equipo se proclamó campeón del mundo de clubes en Abu Dabi.

La retransmisión (Telecinco) fue como todas las retransmisiones de las gestas futbolísticas; espectadores, zapatazos, gestos de entrenadores furibundos o perplejos, lamentos de los comentaristas, alegría de los fans, tristeza de los perdedores; en esa ocasión, además, mujeres enfundadas en camisetas del Barça y en los velos islámicos.

Pero hubo un momento en que ya la gloria del fútbol desencadenó las lágrimas de Guardiola, y ahí estaba la televisión. El Libro de Estilo de EL PAÍS dice que las fotos del deporte tienen que reflejar victoria o derrota, ahí está la esencia de ese periodismo. Y detrás de esa imagen, que ahora es la del partido, mucho más que la del escudo de Messi rematando el segundo gol, hay la constancia del sufrimiento de creer: Guardiola creyó en un proyecto y lo transformó en fútbol. Acaso lloraba porque si esta vez no ganaba los titulares ya empezarían a relacionarlo con el porvenir negro que él mismo dice que puede venir después de tanto triunfo.

Ahora, cuando se le ve en el banquillo, haciendo aspas con las manos para indicar a los futbolistas que no se paren, se recuerda aquel Guardiola que creía (en el campo) que la palabra es, también en el fútbol, el mayor estímulo. Canal + lo siguió, en el último partido que jugó como azulgrana, y reveló que era el futbolista más hablador del mundo. Ahora es el entrenador que gesticula, que convierte sus ideas en ideogramas. Esta vez ya no tenía nada que decir, el Barça había ganado; con las manos en los bolsillos, convertido en un payés que mira la alegría total, lloró como un padre la exaltación de sus chicos.

Los que nos criamos escuchando el fútbol por la radio no sabíamos cómo era la alegría en las grandes gestas; nos la imaginábamos. La de Pep está ahí, es simple como una buena idea, y la cámara la ha dejado estar para que el recuerdo del buen fútbol tenga su mejor icono actual, Pep Guardiola.

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