Análisis:Cosa de dos

Barbarie

Exige una vocación enfermiza, o no soportar el silencio de tu casa, o la supuesta comodidad que aporta el embrutecimiento sin complejos, ser testigo fijo durante varias horas, día tras día, de lo que vomita la televisión convencional. Cualquier fórmula, por cochambrosa que sea, si ha logrado éxito será copiada hasta la extenuación por todas las cadenas. Puede ocurrir que programas inicialmente dignos, dedicados a investigar la realidad, a pillar el pulso de la calle, a dejar hablar a marginales forzosos o a los que sus circunstancias vitales han empujado a ello, posean tirón popular, tipo ...

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Exige una vocación enfermiza, o no soportar el silencio de tu casa, o la supuesta comodidad que aporta el embrutecimiento sin complejos, ser testigo fijo durante varias horas, día tras día, de lo que vomita la televisión convencional. Cualquier fórmula, por cochambrosa que sea, si ha logrado éxito será copiada hasta la extenuación por todas las cadenas. Puede ocurrir que programas inicialmente dignos, dedicados a investigar la realidad, a pillar el pulso de la calle, a dejar hablar a marginales forzosos o a los que sus circunstancias vitales han empujado a ello, posean tirón popular, tipo Callejeros. Pero en poco tiempo estarás saturado de tanto realismo social, al comprobar que a ese producto le han salido mil clónicos, poblados por reporteros audaces registrando las miserias del lumpen, explotando el morbo de los que estamos instalados al constatar lo mal que lo pasan los que sobreviven en la intemperie.

Si puedes pagar por ver la tele tampoco vas a encontrarte el paraíso, pero sí toparte con algunos reportajes, series y documentales memorables. Me queda el estremecido recuerdo de haber disfrutado en los últimos meses con un monumento a la dignidad estética y moral en Dalton Trumbo y la lista negra y el retrato de las maras salvadoreñas La vida loca, que le costó la vida a su autor, Christian Poveda.

También sigue dando vueltas por Digital + el impresionante Thriller en Manila, que describe los sórdidos antecedentes, la manipulación política y el consecuente odio entre Cassius Clay y Joe Frazier, dos boxeadores dispuestos a matarse en combate, por razones ferozmente personales. Y acabo de alucinar con Afghan star, reportaje dedicado a los concursantes del Operación Triunfo afgano, un país en el que el antiguo Gobierno talibán consideraba delito cantar, bailar y ver la televisión, y cerró las salas de cine.

Una de las finalistas se atreve a maquillarse y a dar unos inocuos pasos de baile al interpretar su canción. Su problema no es haber perdido, sino que la mayoritaria opinión pública ha decidido que merece la muerte por atreverse a bailar en público. Y te aterras. Y entiendes que las democracias occidentales intenten evitar por la fuerza la legalización de esa barbarie.

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