Crítica:EXTRAVÍOS

Hermafrodita

Con un poema de Pontus de Tyard (¿1521?-1605), dedicado a los hermafroditas, inicia Jorge Gimeno (Madrid, 1964) su portentosa antología de la poesía francesa del siglo XVII, titulada El amor negro. Poesía del barroco francés (Pre-Textos), en la que ha reunido una selección de versos de medio centenar de escritores, la mayor parte de los cuales no sólo son poco o nada conocidos en nuestro país, sino que me temo que por doquier, entre otras cosas porque han sido vistos tradicionalmente con aprensión en su patria, que ha preferido recordar el arte y la literatura de su siglo XVII como ...

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Con un poema de Pontus de Tyard (¿1521?-1605), dedicado a los hermafroditas, inicia Jorge Gimeno (Madrid, 1964) su portentosa antología de la poesía francesa del siglo XVII, titulada El amor negro. Poesía del barroco francés (Pre-Textos), en la que ha reunido una selección de versos de medio centenar de escritores, la mayor parte de los cuales no sólo son poco o nada conocidos en nuestro país, sino que me temo que por doquier, entre otras cosas porque han sido vistos tradicionalmente con aprensión en su patria, que ha preferido recordar el arte y la literatura de su siglo XVII como L'Âge classique en vez de como el periodo entre el manierismo y el barroco. Todo esto lo explica muy bien en el prólogo Jorge Gimeno, coincidiendo además la publicación de su antología con la oportuna reedición en castellano del ensayo de Jean Rousset Circe y el pavo real (Acantilado), que trata abundantemente sobre esta cuestión.

Pero dejando al margen estos sin duda interesantes lances de la erudición histórica para meternos de lleno en las negruras eróticas de la lírica francesa, me parece un acierto ir de la mano de la versión de Pontus de Tyard sobre la figura mítica de Hermafrodito, en cuyo mismo nombre porta su genealogía, pues fue hijo de Hermes y Afrodita, aunque su condición bisexual se la produjo el asalto amoroso de la ninfa Salmácide, que lo abrazó con tal ardor que se confundió para siempre con él. Este híbrido prodigioso de hombre y mujer, cuyo secreto latido habita biológicamente en el ser humano, no encalmó, sin embargo, la pugna entre las partes, sea cual sea la resolución práctica que se produzca individualmente en cada caso, porque a nadie le libra del acechante deseo y de su letal frustración, como se lamenta la impulsiva Salmácide tras anudarse con Hermafrodito, formando ambos una paradójica unidad más melancólica si cabe que la que atosiga a quienes suspiran por estar íntimamente abrazados.

Así nos lo va mostrando Jorge Gimeno en su encadenada sucesión de poetas entregados a las lacerantes cuitas del amor, donde el gozo y el dolor también se entremezclan de forma inseparable. "Solitario y mohíno, en un bosque apartado", se ve Philippe Desportes (1546-1606) en el trance de elevar un templo a su "diosa inhumana", donde "con millares de versos celebraré la misa, / y derramando lágrimas, cortando mis cabellos, / le ofreceré a diario el alma en sacrificio". Dolientes o cínicos, anhelantes o satisfechos, todos finalmente signados por el tizne que mancha igual la frente de los mortales, resta, no obstante, la ebriedad rememorativa de la canción, aunque su música sea tenebrosa. ¡Cuántos versos imprescindibles nos marcan de Simeón-Guillaume de La Roque (1551-1611), de Agrippa d'Aubigné (1552-1630), de Jean de Sponde (1557-1595), de Honoré d'Ufré (1567-1625) o de Théophile de Viau (1590-1626)! ¡Y cómo avivan su fuego en la admirable versión castellana de su compilador y traductor!

La antología se cierra con un poema de Jean Racine (1639-1699), Descripción del estanque, en el que el río donde fue asaltado Hermafrodito se transforma en espejo para contemplación de la naturaleza, aunque también ha de apreciarse finalmente en ella la inquietante belleza de lo inestable. Río o estanque, el caudal es de azogue, un espejismo erótico reverberante, pero de cristalina resonancia musical.