Crítica:PURO TEATRO

¡Traga, Fito, traga!

Herejía: yo no soporto El pisito. La película de Ferreri y Azcona, quiero decir. Por supuesto que es una virguería, eso nadie lo discute, pero es que me mata, me asfixia, no consigo nunca verla entera. "Esperpento" es un término que se le queda corto: es horror puro. Nació para ser inasumible. Pocas películas comparten ese podio en la historia del cine español. A vuelapluma se me ocurren El mundo sigue, de Fernán-Gómez, y Duerme, duerme mi amor, de Regueiro. (Por cierto: ¿para cuándo otro guión de los enormes Esmeralda Adam y Manuel Ruiz Castillo?). Pienso también que en ...

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Herejía: yo no soporto El pisito. La película de Ferreri y Azcona, quiero decir. Por supuesto que es una virguería, eso nadie lo discute, pero es que me mata, me asfixia, no consigo nunca verla entera. "Esperpento" es un término que se le queda corto: es horror puro. Nació para ser inasumible. Pocas películas comparten ese podio en la historia del cine español. A vuelapluma se me ocurren El mundo sigue, de Fernán-Gómez, y Duerme, duerme mi amor, de Regueiro. (Por cierto: ¿para cuándo otro guión de los enormes Esmeralda Adam y Manuel Ruiz Castillo?). Pienso también que en El pisito a Azcona, por primerizo, se le fue un poco la mano en el aguafuerte. Todo era atroz, desesperado, sin asideros. Aprendió pronto sus lecciones: mejor que el monstruo sea entrañable (El cochecito), mejor que el antihéroe no esté vencido desde el principio (El verdugo), y si la mujer es castradora no hace falta que sea gorgónica (ídem). Ahora Pedro Olea ha vuelto al teatro (al grito de guerra de Olea Iacta Est) para montar El pisito con un equipo de lujo: escenografía de Wolfgang Burman, vestuario de Artiñano, luces de Gómez Cornejo, y adaptación firmada por Bernardo Sánchez, hijo adoptivo de Azcona, que ya nos regaló la de El verdugo, y Juanjo Seoane, que con la producción del Marquina llega a su número 100 (¡enhorabuena!). A Olea, que es un hombre jovial y vitalista, quizás le ha pasado lo mismo que a mí, que le gusta El pisito pero se le atraganta, y tal vez ha pensado que si sirve el salfumán sin diluir le queman el teatro. Hay en su propuesta, diría, una voluntad estilizadora, que comienza por los codornicescos (y finísimos) decorados, y una suavización de líneas: ante la imposibilidad de dar en escena el caos, el hacinamiento, las secuencias grupales, opta por la tragedia individual. Al principio el dibujo le sale un tanto clarito, más agua (de acuarela) que fuerte, y los cuadros tienen más exposición que acción, pero a medida que avanza caes en la cuenta de que su sistema es el slow-burning: Azcona te sumergía en ácido desde el minuto uno y Olea te la mete doblada poco a poco, pero el final es igualmente amarguísimo y demoledor. Hay problemas de estructura, eso sí: Rodolfo (Pepe Viyuela) está aquí dispuesto a casarse con doña Martina (Asunción Balaguer) desde ya, con algunas vacilaciones retóricas. Y problemas de dibujo: al extirparle el coro de alimañas, Petrita (Teté Delgado) es un monstruo de insidia y egoísmo, descomunal por solitario. Hay chafarrinones de tono, como ese Don Luis, el casero beatón, que Jorge Merino interpreta (o sea, le marcan) como la versión hiperbólica y caricaturesca de Pepe Franco. Pero Pepe Viyuela está sensacional, sin pasarse un pelo, y con toda la tristeza, la impotencia y la marionetización de López Vázquez. Y Teté Delgado sirve muy bien su terrorífico bicharraco: lo lleva por un sendero expansivo, casi italiano, más cercana a María Luisa Ponte que al sulfúrico siseante, taponado, de Mary Carrillo. Puestos a jugar a las comparaciones, uno de mis juegos favoritos (o a las herencias: todo actor es hijo de una tradición, aunque a veces no lo sepa), digamos que Rafael Núñez interpreta a Dimas, el taimado amigo (a cualquier cosa le llaman amigo) de Rodolfito como un cruce entre las máscaras de Perico Beltrán y Antonio Garisa. Y luego, por supuesto, está Asunción Balaguer en el rol de Doña Martina. Sensación inicial de pasmo por miscasting: ésta no es una viejecita de Malasaña en los años cincuenta, ésta es una señoraza de Sarriá que sólo puede vivir en Serrano. Pasmo bis con ventanas a la calle: a Azcona se le ha metido en el piso un personaje de Mihura, una de las deliciosas ancianas de Maribel y la extraña familia. Imposible no enamorarse de Asunción Balaguer, aunque esté contraindicada para diabéticos. A ratos piensas que no podrás soportar tanta dulzura, pero suceden dos cosas muy interesantes: a) que Doña Martina se convierte en el ángel (y menudo ángel tiene la dama), el melocotón en almíbar de ese universo de títeres y depredadores, y, b) se crea en escena un lago de esperanza, un breve cielo abierto que hará mucho más dura la súbita clausura, la sequera brutal, el retorno a lo de antes. Por un momento, un momento que dura su buena media hora, los espectadores del Marquina podemos hamacarnos en la idea de que quizás las cosas no vayan a ser tan malas para Rodolfo, que podrá fumar emboquillado y aplaudir a Di Stefano los domingos, pero ni hablar del peluquín: ahí vuelve la temible Petrita para poner las cosas en su sitio, disecar al gato y soltarle a su pareja ese "¡traga, Fito, traga!" que se convierte en el incuestionable lema de la historia. Y para encerrarse con él en el mausoleo, como una Bernarda Alba de Carabanchel Bajo. En la película había una secuencia extraordinaria, tan grande como el baile con auriculares de El extraño viaje: una vez "resuelta" su situación, Rodolfo y Petrita iban a bailar a una discoteca y comprendían sin palabras que eran los más viejos del lugar, que la juventud se les había escapado por el sumidero. Naturalmente, eso es harto difícil de dar en teatro, pero Sánchez y Seoane han inventado una fantástica escena final que es un doble homenaje a Azcona y a Berlanga: Rodolfo es arrastrado por Petrita a su nueva y espantosa vida como arrastraban a Nino Manfredi al patíbulo en El verdugo, y a López Vázquez, atrapado por la araña, en Vivan los novios. La adaptación de El pisito está siendo todo un éxito en el Marquina. La vi un miércoles, con teatro lleno, lleno de ese maravilloso público madrileño (mezclado, apasionado, inclasificable: a nuestro lado, una abuela con su nieto heavy: el bastón junto a la camiseta de Iron Maiden) que aplaudió al final de cada escena, algo que no veía desde hace mucho tiempo. Que dure. En el Lliure he visto Nixon/Frost (antes Frost/ Nixon), de Peter Morgan, dirigido por Alex Rigola. Uno de los estrenazos de la temporada, con deslumbrante escenografía y un superlativo Joan Carreras en el rol del periodista que hizo cantar al presi. Se lo cuento la semana próxima.

Más información

El pisito, de Rafael Azcona. Dirección de Pedro Olea. Teatro Marquina. Prim, 11. Madrid.

Escena de El pisito, durante un ensayo.ÁLVARO GARCÍA

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