Crítica:Narrativa | LIBROS

El club de los estrellados

He acabado de leer El club de los estrellados, la primera novela de Joaquín Berges (Zaragoza, 1965), con la sensación de que aquí hay un escritor de raza (y perdonen el lugar común). Este tipo de sensaciones lectoras no tiene más de las veces fundamentos muy precisos. Por eso, tal vez, son sensaciones y no certezas, aunque eso sí, muy ciertas. A mí me basta con haber leído una novela en el mejor sentido de la palabra. Una novela muy inspirada, es decir, esa conjunción a veces milagrosa que se da entre invención y forma, con una puesta en escena perfectamente estructurada y llena de mati...

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He acabado de leer El club de los estrellados, la primera novela de Joaquín Berges (Zaragoza, 1965), con la sensación de que aquí hay un escritor de raza (y perdonen el lugar común). Este tipo de sensaciones lectoras no tiene más de las veces fundamentos muy precisos. Por eso, tal vez, son sensaciones y no certezas, aunque eso sí, muy ciertas. A mí me basta con haber leído una novela en el mejor sentido de la palabra. Una novela muy inspirada, es decir, esa conjunción a veces milagrosa que se da entre invención y forma, con una puesta en escena perfectamente estructurada y llena de matices sugerentes a la hora de insuflar vida a sus personajes.

La novela reparte su acción en dos argumentos paralelos que al final confluyen en la voz narradora. La voz que narra en primera persona, astrónomo aficionado y amante de las cantatas de Bach, nos relata su drama personal con Hortensia, una chica con un pasado familiar diríamos muy poco ortodoxo. Una voz omnisciente a su vez nos da cuenta del otro drama: el que lleva a cuesta Francho, amigo íntimo del narrador, un cartero solterón de hiperbólica pilosidad que vendió la mercería de su madre y que se quedó con algunas prendas íntimas de mujer. Estas dos historias tienen sus puntos de contacto en el bar que regenta el narrador: su fuente de ingresos y el sitio donde se reúnen los miembros del club de los estrellados, como así se autodenominan sus integrantes, dado su afición a seguir el curso de las estrellas en el firmamento nocturno. Joaquín Berges controla en todo momento las peripecias de sus dos protagonistas.

Esto es muy loable porque precisamente esas peripecias son bastantes incontrolables, siendo siempre consciente de ello Francho y su amigo. Sólo señalaría algunas perífrasis que se podían haber evitado y un poquito más de puntería en el u so de algunas palabras. Pero esto es sólo una cuestión de redactado, que no de escritura. La escritura es un asunto más serio, el crucial en toda obra de ficción, porque conjuga asunto, tema y sentido. Y esa misteriosa profundidad que intuimos debajo de la realidad. Y esto en la novela de Berges funciona a la perfección.