La tragedia de 1995 en el K 2

Ni un mal gesto, ni una mala palabra ni un detalle que indique que la situación se escapa de sus manos. Cada averiguación, confirmación, novedad o idea se comenta sobre la marcha con serenidad, el tono bajo, el diálogo abierto. Las decisiones se toman con pasmosa celeridad porque los que hoy tratan de salvar una vida merecieron idéntico trato en 1995, cuando eran sus vidas las que pendían de un hilo en el K 2 (8.611 metros). De hecho, la cabeza visible del club Peña Guara es Lorenzo Ortas, superviviente de una tragedia que se cobró las vidas de sus amigos Javier Escartín (44 años), Lorenzo Ort...

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Ni un mal gesto, ni una mala palabra ni un detalle que indique que la situación se escapa de sus manos. Cada averiguación, confirmación, novedad o idea se comenta sobre la marcha con serenidad, el tono bajo, el diálogo abierto. Las decisiones se toman con pasmosa celeridad porque los que hoy tratan de salvar una vida merecieron idéntico trato en 1995, cuando eran sus vidas las que pendían de un hilo en el K 2 (8.611 metros). De hecho, la cabeza visible del club Peña Guara es Lorenzo Ortas, superviviente de una tragedia que se cobró las vidas de sus amigos Javier Escartín (44 años), Lorenzo Ortiz, (24) y Javier Olivar (38), todos ellos integrantes del mismo. Fallecieron arrancados de la pared del K 2 por vientos de 150 kilómetros por hora tras un cambio drástico y veloz del tiempo. Ocurrió el 13 de agosto de 1995 y ese huracán se llevó igualmente a la británica Alison Heargraves, la himalayista más eficaz del momento; al neozelandés Bruce Grant y al canadiense Jeff Lakes. Todos regresaban de una cumbre a la que habían renunciado horas antes Ortas y Pepe Garcés, decisión que salvó sus vidas. Como ahora, Huesca estaba sumergida en su semana grande de fiestas.

Hace 14 años no proliferaban los teléfonos vía satélite, lo que dificultaba enormemente la comunicación, que se llevaba a cabo con rudimentos casi medievales. En Huesca se supo que algo grave había pasado en el K 2. Después llegó la noticia de que había algún desaparecido entre los siete expedicionarios, ya que Manuel Ansón y el médico Manuel Avellanas integraban el equipo. Un puñado de mujeres esperó varios días a este lado del teléfono hasta saber si quedarían viudas o no. Como una lotería macabra.

"Un alpinista no puede compartir su vida en pareja, no debería hacerlo... O, al menos, no con una compañera que no sepa y acepte que puede morir en la montaña", reflexionaba en voz alta hace tres días la esposa de Ortas, quien asegura que todo aquello está "superado". Avellanas combina estos días sus guardias en el hospital con las guardias en el club. A su manera, Lorenzo y él saldan una deuda pendiente.

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