Cosa de dos

Vacaciones

Es inevitable que el argumento coloquial con la gente que tratas cotidianamente lo protagonice algo tan convencional como el agobio que crea el puto calor y la inaplazable necesidad de pillar las vacaciones. El problema es preguntar al peluquero (o sea, el que corta el pelo, nada que ver con el estilista), al portero, al camarero, a la asistenta, por el destino que va a elegir este año su ocio, la frívola certidumbre de que todo el personal viaja en vacaciones, incluidos los parados de clase baja y los que poseen la torturante sospecha de que pueden integrar esa desoladora lista en cualquier m...

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Es inevitable que el argumento coloquial con la gente que tratas cotidianamente lo protagonice algo tan convencional como el agobio que crea el puto calor y la inaplazable necesidad de pillar las vacaciones. El problema es preguntar al peluquero (o sea, el que corta el pelo, nada que ver con el estilista), al portero, al camarero, a la asistenta, por el destino que va a elegir este año su ocio, la frívola certidumbre de que todo el personal viaja en vacaciones, incluidos los parados de clase baja y los que poseen la torturante sospecha de que pueden integrar esa desoladora lista en cualquier momento. Y lamentas ser tan bocazas cuando te contestan con azoro que este año no van a ningún sitio. Como mucho, a las piscinas municipales y, por la noche, a tomar el fresco en los parques.

Y hueles la penuria y el acojone. Y deduces que la ruptura de eso tan esperpéntico del diálogo social entre los genéticos y vocacionales depredadores que controlan el tinglado, los complacientes sindicatos (un curro a perpetuidad, tan seguro como el del funcionariado) y ese Gobierno que consintió el saqueo de los tiburones, pero que debe cuidar la apariencia de izquierdismo racional, se arreglará en breve, que los contratos basura serán la inamovible ley, que la única revolución posible, a sangre y fuego si es preciso, es la que montarán los ricos si algún zumbado con poder pretende reducirles mínimamente sus ancestrales ganancias a costa de los quejumbrosos vasallos.

Y Obama pretendiendo reformar en su país el fastuoso negocio de la sanidad pública, algo que imagino tan homérico como intentar poner límites al trapicheo de las drogas y de las armas, a la pasta pura y dura. Y pidiendo disculpas por haber definido como estúpida la actuación de la intocable madera al detener al negro equivocado, a un cultivado profesor al que detienen cuando intenta entrar en su casa, confundiéndole con algún reventador de pisos. Complicada cuestión lo de la piel. Obama pedía a los negros de su país que renunciasen al victimismo, que los niños aspiraran a convertirse en médicos o ingenieros en vez de raperos y deportistas de élite. Él consiguió su lugar en el sol. Pero sospecho que la excepción va a tardar mucho tiempo en aspirar a regla.

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