OPINIÓN

La tercera vuelta

Aunque todavía quede una semana para concluir la campaña, el repaso de la actividad propagandista realizada hasta ahora por los partidos lleva a concluir que los objetivos específicos y propios de las elecciones europeas se hallan prácticamente ausentes del debate público. Los mítines que enfervorizan a los ya convencidos y los enfrentamientos televisivos o radiofónicos entre los principales candidatos prestan una atención subalterna al motivo justificador del llamamiento a las urnas.

El destino de los 50 diputados que elegirán los españoles el 7-J para la Cámara de Estrasburgo (compues...

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Aunque todavía quede una semana para concluir la campaña, el repaso de la actividad propagandista realizada hasta ahora por los partidos lleva a concluir que los objetivos específicos y propios de las elecciones europeas se hallan prácticamente ausentes del debate público. Los mítines que enfervorizan a los ya convencidos y los enfrentamientos televisivos o radiofónicos entre los principales candidatos prestan una atención subalterna al motivo justificador del llamamiento a las urnas.

El destino de los 50 diputados que elegirán los españoles el 7-J para la Cámara de Estrasburgo (compuesta por 736 escaños, distribuidos entre los 27 socios de la Unión Europea) será asociarse con sus homólogos europeos en grupos parlamentarios o recalar en el furgón de los no inscritos. Definidos por sus afinidades ideológicas y políticas, esos grupos -siete en la anterior legislatura: socialistas, populares, liberales, verdes, nacionalistas, izquierda unida, euroescépticos- no imponen la disciplina de voto. En cualquier caso, muchos votantes desconocen si los diputados van a Estrasburgo a ocuparse de los problemas de la Unión Europea o a defender intereses estatales frente a otros socios.

La campaña electoral para la convocatoria europea del 7-J centra sus debates en asuntos de política interior

A esa confusión contribuyen los estados mayores de los partidos, que no seleccionan a los candidatos por sus conocimientos y experiencia en cuestiones europeas, sino con el fin de enviar al destierro a líderes caídos en desgracia o de premiar a fieles militantes deseosos de unas vacaciones bien pagadas en el extranjero. Socialistas y populares, que coparán el próximo 7-J en torno al 90% de los escaños, no se presentan ante el electorado como las secciones españolas de sus correspondientes grupos europeos, ni tampoco centran su campaña en la rendición de cuentas del trabajo parlamentario realizado y en el bosquejo de sus proyectos para el próximo quinquenio. Esa misma actitud es compartida por las listas nacionalistas, verdes o de izquierda que se adscriben a otros grupos de composición más heterogénea del Parlamento Europeo.

La política rechaza el vacío: el hueco dejado por los debates europeos ha sido ocupado por la polémica interna. Aunque el socialista López Aguilar y el popular Mayor Oreja no aspiren como cabezas de lista de sus partidos a ocupar el sillón de La Moncloa, sino tan sólo a un escaño europeo, Zapatero echa el resto para asistir a los mítines electorales, sin respetar siempre la exigible separación funcional entre el presidente del Gobierno y el secretario general del PSOE; al tiempo, Rajoy recorre el país como un viajante de comercio chistoso para anunciar su próximo advenimiento como mesías. Desde esa perspectiva, el 7-J es presentado como la primera vuelta de las legislativas de 2012 o la segunda vuelta de las generales de 2008; el peligro de esa desnaturalización de la convocatoria europea es que una parte de la ciudadanía decida celebrar la tercera vuelta de su creciente desafección brindando con la abstención o el voto en blanco.

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