FUERA DE CASA | OPINIÓN

Historias de cronopios y famas

Ya no nieva como entonces, como hace una semana. Ahora, del cielo te caen los clavos. Hemos pasado de una postal simbolista a un bolero social. Nunca seremos Suiza. Nunca escribiremos como Ramuz. Aún diría más, nunca seremos Cortázar. Como nieva menos, nos conformaremos con ser cronopios de ninguna parte, un cruce de madrileños y barceloneses, porteños y parisinos, un suponer. Las mejores ciudades son ciudades de libro. Ciudades que existen porque alguien ha sabido imaginarlas. Borges se inventó ciudades, mundos y nació en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires. L...

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Ya no nieva como entonces, como hace una semana. Ahora, del cielo te caen los clavos. Hemos pasado de una postal simbolista a un bolero social. Nunca seremos Suiza. Nunca escribiremos como Ramuz. Aún diría más, nunca seremos Cortázar. Como nieva menos, nos conformaremos con ser cronopios de ninguna parte, un cruce de madrileños y barceloneses, porteños y parisinos, un suponer. Las mejores ciudades son ciudades de libro. Ciudades que existen porque alguien ha sabido imaginarlas. Borges se inventó ciudades, mundos y nació en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires. Lo conocí en Madrid, bajo la cúpula del hotel Palace y rodeado de escritores; entre otros, Cortázar. Borges parecía el abuelito cronopio. Ahora le vuelvo a ver en esa ciudad, en ese lugar que ya parece mitológico por recuerdos de tantos cronopios que allí bebieron. ¿Dalí sería cronopio o fama? Cronopios o famas han vuelto al bar del Palace fotografiados por Jordi Socías, cronopiazo barcelonés, segoviano y madrileño.

Nunca seremos Suiza. Como nieva menos, nos conformaremos con ser cronopios de ninguna parte, cruce de ciudades

No fue mi único cronopio barcelonés/madrileño de la semana, me tocó pasear la noche madrileña y comprobar que mantiene las distancias con las famas, incluso con las esperanzas. Lejos del "don apacible", lejos del cielo de Terenci y Vázquez Montalbán, lejos de su Barrio Chino, en el centro más diabólico de Madrid, la escritora y periodista llamada Maruja Torres nos demostró que está más preparada para la ironía que para la seriedad de los velorios. Confundió una cena de altos cargos del Partido Popular con un velatorio castellano. Se asustó y regresó a su ciudad.

Los cronopios, ya se sabe, son muy despistados. Tanto como para perder una escultura de Serra. ¿O el ladrón no fue un cronopio? Yo, por si atacan de nuevo, antes del viaje al país Arco, quise tocar las toneladas de hierro en el Museo Reina Sofía. ¡Menos mal que la escultura sí le gusta al nuevo y peleón director del Reina Sofía! Pronto la gran exposición de otro cronopio a la madrileña, a la cosmopolita, que se llamó Juan Muñoz. Llegará con la primavera, en plena crisis y lejos de las ferias. La cosa está tozuda, aunque irreal; también los artistas, galeristas y demás aristas del negocio del arte se niegan a reconocer la crisis. No bajan precios. Arrieritos somos, el lunes de cierre y balance nos veremos.

Veinticinco años sin Cortázar, sesenta años con Sabina y seguimos buscando el destino de las explicaciones. Ésas que se amontonan en algún basural madrileño. Algún día también habrá que explicar el basural. Todavía conozco cronopios que siguen creyendo que un periódico es mucho más que unas hojas impresas que sirven para empaquetar medio kilo de acelgas. Yo también. Y sigo dando vuelta al día en ochenta mundos, con la melancolía de las maletas y el recuerdo de otro cronopio llamado Darwin. -

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