Cosa de dos

Caperucita

Sólo los niños, los disminuidos mentales y los habitantes del limbo tienen derecho a creer que el fútbol es sólo un deporte o que existen reglas en la guerra. Pero cualquier adulto con mínimas luces sabe que aunque el fútbol le regale placer, alimente la pasión, sea un bálsamo o un sumidero para la frustración cotidiana, te haga sentir que eres parte de algo, te otorgue calor y refugio o coartada para echar espuma por la boca y satanizar al rival, ante todo es un negocio de proporciones incalculables. Por lógica, es normal que el reparto de tarta tan opiácea esté controlado por el poder en tod...

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Sólo los niños, los disminuidos mentales y los habitantes del limbo tienen derecho a creer que el fútbol es sólo un deporte o que existen reglas en la guerra. Pero cualquier adulto con mínimas luces sabe que aunque el fútbol le regale placer, alimente la pasión, sea un bálsamo o un sumidero para la frustración cotidiana, te haga sentir que eres parte de algo, te otorgue calor y refugio o coartada para echar espuma por la boca y satanizar al rival, ante todo es un negocio de proporciones incalculables. Por lógica, es normal que el reparto de tarta tan opiácea esté controlado por el poder en todas sus turbias variantes: económico, político, social. Que la corrupción sea su coherente motor, que sus dueños y sus dirigentes sean mayoritariamente especuladores, banqueros, delincuentes legitimados, gente que va a amortizarlo (los casos de Berlusconi, Tapie y Jesús Gil son escandalosamente transparentes) como lanzadera y coartada para ejercer su abominable jefatura en la cosa pública, no puede ser la infame excepción sino la racional regla.

Esos profesionales del submundo político se permiten el lujo de castigar a un gladiador modélico como Kanouté porque ha tenido un intolerable gesto político al mostrar en el circo una camiseta con el nombre de Palestina, de los machacados impunemente, del atroz estado de las cosas. Exigen a los que generan su gran negocio que sean mudos, que estén robotizados y embrutecidos, que su original discurso se limite a "el fútbol es así, unas veces se gana y otras se pierde" y prodigios expresivos en ese estilo. Y da asco la doble moral de los mercaderes imponiendo la cláusula de descerebramiento a sus millonarios soldaditos.

A Soraya Sáenz de Santamaría no van a multarla por abandonar momentáneamente su papel e interpretar un deseo o un sueño, por el juego de parecer otra persona. Pero imagino su ataque de nervios o su desconsuelo al constatar la factura de su ingenuidad, un lujo que se pueden permitir los niños pero que supone un pecado en los políticos. A su edad, debería de conocer la fábula de la rana y el escorpión o las desventuras de Caperucita ante el lobo maquiavélico, sabio, perverso y feroz.

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