Análisis:Cosas de dos

El acoso

Lo confieso, soy un gran consumidor de telebasura, se entienda lo que se entienda por tal. Y no por obligación, que lo mío es vocacional. Me la trago gratis. Soporto bien la mugre, la caspa y la costra sea en prensa, radio o televisión (que la escoria no nació con Internet), nacional o comarcal. Me interesa saber por qué gusta algo infecto, a quién le gusta y cómo razonan. Así luego sabré quién ganará las elecciones. Me trago a los becarios de España directo, los repetitivos titulares de Está pasando; los pre y los pos tomates; los Gran Hermano y hasta el brevísimo y nunca...

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Lo confieso, soy un gran consumidor de telebasura, se entienda lo que se entienda por tal. Y no por obligación, que lo mío es vocacional. Me la trago gratis. Soporto bien la mugre, la caspa y la costra sea en prensa, radio o televisión (que la escoria no nació con Internet), nacional o comarcal. Me interesa saber por qué gusta algo infecto, a quién le gusta y cómo razonan. Así luego sabré quién ganará las elecciones. Me trago a los becarios de España directo, los repetitivos titulares de Está pasando; los pre y los pos tomates; los Gran Hermano y hasta el brevísimo y nunca suficientemente infravalorado Hotel Glam; babeo con Cine de barrio, pero no crean que con sus películas, a las que a veces ni llego, sino con sus merendolas; disfruto con las mañanas tertulianas de Belén Esteban en Telecinco, que pone firme a quien se tercie, y con las tardes de la misma cadena, cuando machacan a la Belén de las mañanas; elijo pareja en Mujeres y hombres y viceversa, y comprendo el éxito que tuvo Efrén; y en los casos inverosímiles del Diario de Patricia le grito a la pantalla que se no se arrejunte otra vez con ese viejo, o que sí. En mis hígados tienen sus rinconcitos los chiquilicuatres de turno, la enana borde y el Peñafiel despechado; pocholos y roucos; titas, borjitas y paquirrines; urdacis y jordigonzález; dinios y dionis, el cura Apeles y el conde Lecquio; David guardiacivil y los Matamoros; el peluquero de la Mosquera y el torero Cano; la Yola o la Morreau; patiños y cantizanos; terelus y delattes; Rappel, Aceves o Aramís.

Tampoco me escandalizo por lo que le dicen o le hacen al Rey, ni a sus señorías y señoríos, diputadas y diputados; escucho con bastante tranquilidad la desfachatez de batasunos y federicos; o sea que, con los años en la comunicación, la piel tiende a mudarse del espanto al esparto. No me duelen prendas por lo que leo, oigo o veo. Envidio a los que pueden vivir del cuento, a los populares y a los mediáticos, y comprendo a los que han de bucear en este chapapote para cobrar a fin de mes, pero me parece innecesario, sangriento, gratuito, hipócrita, vomitivo, facilón, cobarde, insulso y cruel, sobre todo cruel, el acoso y la persecución a la duquesa de Alba.

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