Necrológica:

Vernon Handley, campeón de la música británica

Dirigió con eficacia y un estilo muy personal la Filarmónica de Londres

El músico que más ha hecho por la difusión de la música inglesa ha muerto sin que sus amigos y admiradores consiguiéramos para él el título de Caballero de la Orden del Imperio Británico. Nada podía ser más natural que, al fin, Tod fuera también sir Vernon Handley. Por eso, muchos nos adherimos a la causa iniciada por la revista inglesa Gramophone en forma de recogida de firmas para su nombramiento, con inútiles resultados. Pero seguramente a él le diera igual. Nadie más lejos de la vanidad que este luchador incansable por una música en la que creía como nadie y que ha muerto en Skenfri...

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El músico que más ha hecho por la difusión de la música inglesa ha muerto sin que sus amigos y admiradores consiguiéramos para él el título de Caballero de la Orden del Imperio Británico. Nada podía ser más natural que, al fin, Tod fuera también sir Vernon Handley. Por eso, muchos nos adherimos a la causa iniciada por la revista inglesa Gramophone en forma de recogida de firmas para su nombramiento, con inútiles resultados. Pero seguramente a él le diera igual. Nadie más lejos de la vanidad que este luchador incansable por una música en la que creía como nadie y que ha muerto en Skenfrith a los 77 años, después de haberse casado tres veces, tenido seis hijos, grabado muchos discos, dado miles de conciertos y ganado el afecto de los músicos de todas las orquestas que dirigía.

Seguramente lo recuerden los profesores de la Sinfónica de RTVE, como el público de aquellos dos conciertos, hace años, donde firmó una versión absolutamente memorable de la Quinta sinfonía de su adorado Ralph Vaughan Williams.

Nacido en Enfield el 11 de noviembre de 1930 y protegido en sus inicios por Adrian Boult -de quien heredó el gusto y las maneras de dirigir un Elgar que hacía como pocos-, no empezó a dirigir seriamente hasta 1931, en que debutó con la Sinfónica de Bournemouth -luego vendrían, como titular, la Ulster Orchestra y la Royal Liverpool Philharmonic, llegando a director asociado de la Royal Philharmonic y la Filarmónica de Londres- y lució los caracteres de su estilo como director de orquesta. Unas formas no demasiado gráciles pero muy efectivas, con esa manera suya de coger la larga batuta, la atención siempre a la partitura aunque la dominara, y los ojos pequeños y expresivos en constante atención a todo -podría haber sido también un formidable actor de carácter-.

Fue tan claro en el podio como en la vida, lo que le costó algún que otro disgusto, como el ostracismo al que le sometió el jefe supremo de los Promenade Concerts y de la música británica hasta los setenta, William Glock, quien lo mantuvo al margen de su festival hasta que volvió -en 1985- para dirigir The last night. Años después empezó a salir de Reino Unido como director de la Sinfónica de Malmoe, la West Australia Symphony y la Sinfónica de Melbourne. Su especialización -o, mejor dicho, los prejuicios acerca de ella- le impidió hacer una carrera aparentemente más gloriosa fuera de su país.

No se podría entender la música de Vaughan Williams -la grabación de su Quinta sinfonía es uno de esos discos de isla desierta-, de Bax, de Rubbra, de Elgar, del maravilloso Matthew Arnold, sin el trabajo entregado y devotísimo de Vernon Handley. Pero, al mismo tiempo, era capaz de adentrarse con sabiduría en el gran repertorio -magníficos Dvorák y Grieg- o de firmar cosas más raras con resultados admirables, como su extraordinario registro de los Cantos de Auvernia de Canteloube con la soprano Jill Gómez.

Aficionado a los pájaros y a la jardinería, habiendo sufrido dos veces accidentes de automóvil y convivido sus últimos años con una dolencia de riñón, Tod -quiero decir, Vernon Handley-, nos aparecía siempre a los amantes de la música británica como un campeón de lo suyo, como un modesto y orgulloso titán que prefirió siempre servir a su arte, aunque no llegara a ser un sir.

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