Crónica:FUERA DE CASA

En México, cultura bajo el volcán

Una vez dijo Hitchcock que los actores eran ganado. Lo escuchó Carole Lombard y, sin que él se diera cuenta, mandó construir un establo en el set del rodaje y, cuando volvió el director, se encontró a los actores mugiendo. Cuando Buñuel escuchó la anécdota dijo con su acento aragonés: "¿Cómo que ganado?... Cucarachas, peor que cucarachas. Yo enrollo el periódico y los estampo contra la pared". Dijo el amante de la entomología que fue Luis Buñuel. Ahora lo recordamos en México. En esta ciudad que fue la suya. En este lugar que siempre parece vivir bajo el volcán.

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Una vez dijo Hitchcock que los actores eran ganado. Lo escuchó Carole Lombard y, sin que él se diera cuenta, mandó construir un establo en el set del rodaje y, cuando volvió el director, se encontró a los actores mugiendo. Cuando Buñuel escuchó la anécdota dijo con su acento aragonés: "¿Cómo que ganado?... Cucarachas, peor que cucarachas. Yo enrollo el periódico y los estampo contra la pared". Dijo el amante de la entomología que fue Luis Buñuel. Ahora lo recordamos en México. En esta ciudad que fue la suya. En este lugar que siempre parece vivir bajo el volcán.

Un buen lugar para enredarnos entre Dios y el diablo. Un lugar para pensar sobre nuestra cultura, nuestro cine, un congreso con muchos actores, mucho rebaño, algunas cucarachas y algún cabrito. Es decir, un buen escenario para nosotros mismos, que, más civilizados que insurgentes, nos disponemos a escuchar los retóricos discursos, los buenos propósitos y los líos del futuro incierto de eso que seguimos llamando el cine.

Hace cuarenta años que en la ciudad mataron a muchos hombres que soñaron con películas de finales más felices

Entre el siglo de Manuel de Oliveira, el único director vivo que sigue filmando después de haber firmado su primera película en los tiempos del cine silente. Vigoroso y poco comercial, acaba de cambiar de productor: ¡hay que pensar en el futuro!

El cine iberoamericano se mira, revisa, justifica y disculpa en 50 películas. Todo español lleva dentro un seleccionador de fútbol y de sus películas preferidas. Nos faltan muchas, nos sobran otras.

Antonio Banderas, que no se corta ni cuando tiene que hablar -moderado por un inmoderado Pedro Armendáriz, hijo de su padre, actor que ve un futuro con satélites cinéfilos, ¡hijote!-, demuestra que se puede vivir bajo un volcán llamado Hollywood. "Pero no te quepa duda: terminaré en Málaga. Y viviré tranquilo, como aquel querido don Geraldo Brenan refugiado en el laberinto español. Un día tendré que hacer una película de ese inglés que encontró el Sur". Banderas besó a las chicas, saludó a los príncipes, estuvo amable con los mandatarios, disimuló con los pesados y tomó nota de los consejos de Saura para su próxima dirección de la ópera Carmen. Es una estrella que sabe moverse con el rebaño, como una inocente cucaracha más y en una ciudad que se pone seria recordando que hace cuarenta años asesinaron -aquella vez sí, como a cucarachas- a decenas de personas, a lo mejor de la ciudad insurgente, a ciudadanos que querían ser más libres, más justos, más cultos. Hace cuarenta años que en México murieron muchos paisajes, mataron a muchos hombres que soñaron con películas de finales más felices. Con mejor cine. Con mejores gobernantes.

El congreso termina. En la calle siguen las manifestaciones de ciudadanos que no olvidan. En cueros, en la calle, bajo el volcán, esos sinquehacer que nunca van al cine. Los olvidados. Seguimos recordando a Buñuel.

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