Análisis:Cosa de dos

Mal

Pertenezco a una generación que ha admirado a la Mafia a través de El Padrino o de Uno de los nuestros, y ha respetado a Keith Richards por su empecinamiento en la toxicomanía. No es extraño. Ha ocurrido siempre. En su momento, Crimen y castigo suscitó náuseas en ciertos lectores, pero cautivó a muchos más: ¿cómo no identificarse con el joven asesino Raskólnikov? El arte y la materia artística que, en algún lugar, lleva físicamente incorporada el artista son amorales porque deben serlo: arte y moralidad se excluyen mutuamente, incluso en el arte religioso. Vean las figuras...

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Pertenezco a una generación que ha admirado a la Mafia a través de El Padrino o de Uno de los nuestros, y ha respetado a Keith Richards por su empecinamiento en la toxicomanía. No es extraño. Ha ocurrido siempre. En su momento, Crimen y castigo suscitó náuseas en ciertos lectores, pero cautivó a muchos más: ¿cómo no identificarse con el joven asesino Raskólnikov? El arte y la materia artística que, en algún lugar, lleva físicamente incorporada el artista son amorales porque deben serlo: arte y moralidad se excluyen mutuamente, incluso en el arte religioso. Vean las figuras obscenas en ciertas fachadas catedralicias, o los santos atormentados del Caravaggio.

Siempre ha existido, por supuesto, quien ha querido "limpiar" el arte y convertirlo en modelo de una idea "pura". Lo intentaron Adolf Hitler, que patrocinaba la pintura cursi, y el régimen soviético, con aquellos artefactos voluminosos del "realismo socialista". La cuestión sobre los límites del arte adquiere ahora una nueva relevancia, dados los esfuerzos de algunos creadores por cotizar en el mercado del escándalo. ¿Es arte contemplar la agonía de un perro en una galería de arte? ¿Es pura maldad?

En principio, no tengo nada en contra de la banalización del mal. El mal suele ser banal. Sólo el arte lo redime. Un ajuste de cuentas entre mafiosos huele a sangre y caspa vieja; ese mismo ajuste de cuentas, filmado por Coppola, puede elevarnos sobre nosotros mismos.

Lo que sí me molesta es la banalización del arte. Dicho lo cual hay que buscar con rapidez un punto y aparte, porque no pueden coexistir en un mismo párrafo la palabra "arte" y las series que paso a mencionar. No creo que exista ninguna adolescente tan tonta como para pensar, viendo 700 euros (Antena 3), que los macarras son tiernos, comprensivos y metrosexuales como Toni Cantó. Tampoco creo que a nadie se le ocurra meterse a narcotraficante, o echarse un novio de tal profesión, después de ver Sin tetas no hay paraíso (Tele 5). La propia inanidad de ambas series aleja cualquier peligro. Aun así, opino que productos tan mediocres no deberían juguetear con el mal. ¿Lo banalizan? Peor que eso. Lo hacen estúpido.

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