Crónica:PEKÍN 2008 | Ciclismo

Un escalador entre los culones

Contador se queda a 8s del podio, dominado por Cancellara y demás rodadores de potencia

"Digamos que atípica", responde Jeannie Longo, el rostro un mapa de arrugas, en torno a los ojos, en torno a la boca, cuando le preguntan qué adjetivo la caracterizaría mejor. Y le dan a elegir: eterna, inagotable, inoxidable... "Atípica", repite, y sonríe, de nuevo a la sombra de la Gran Muralla. Acaba de terminar cuarta en la carrera de contrarreloj, acaba de quedarse a 1s de la medalla de bronce, la pata tiesa por un nervio ciático inflamado, el cuerpo acatarrado porque se empapó bajo la lluvia el domingo, y aún sonríe. Era, a los 49 años, su séptima oportunidad olímpica, quizás la última. ...

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"Digamos que atípica", responde Jeannie Longo, el rostro un mapa de arrugas, en torno a los ojos, en torno a la boca, cuando le preguntan qué adjetivo la caracterizaría mejor. Y le dan a elegir: eterna, inagotable, inoxidable... "Atípica", repite, y sonríe, de nuevo a la sombra de la Gran Muralla. Acaba de terminar cuarta en la carrera de contrarreloj, acaba de quedarse a 1s de la medalla de bronce, la pata tiesa por un nervio ciático inflamado, el cuerpo acatarrado porque se empapó bajo la lluvia el domingo, y aún sonríe. Era, a los 49 años, su séptima oportunidad olímpica, quizás la última. Alberto Contador aún no ha llegado a la edad en que pueda sentirse atípico, aún anda por los 25, y quizás por eso ni sonríe ni nada que se le parezca cuando cruza la meta, mira el marcador y comprende que, finalmente, se va a quedar sin medalla, que el sorprendente sueco Gustav Larsson y su veterano compañero Levi Leipheimer ya han terminado mejor que él, aunque por muy poquito, y que por detrás llega Fabian Cancellara, que le han soplado por el pinganillo que baja en moto.

"No me voy a tirar de los pelos", dice el español. Su mirada de rabia dice otra cosa
El suizo le sacó 2m en los dos descensos, en 24 kilómetros cuesta abajo

"Es para estar contento. No me voy a empezar a tirar de los pelos por haber terminado cuarto una contrarreloj como ésta", dicen sus labios, mientras su gesto, su mirada de fuego, de rabia, dice otra cosa. La contraria. Que se tiraría de los pelos, que empezaría a arrancárselos alrededor de la cicatriz que le bordea el cuero cabelludo y no pararía. "Hay que entenderlo. Es un campeón", le disculpa el médico de su equipo, Pedro Celaya, que ha acompañado al chico de Pinto junto al mecánico y al masajista en su intento de hallar la cuadratura del círculo en la cuna de la civilización que descubrió la pólvora. "Y a un campeón le cuesta, por definición, asimilar que hay veces en las que no se puede ganar. Por lo menos en caliente. Así que no creo que entienda ahora que Cancellara le pueda sacar 2m en los dos descensos, en 24 kilómetros cuesta abajo. Después, esta noche, cuando repasemos los tiempos y analicemos la carrera, comprenderá. Verá que era su tercera carrera en dos meses, desde el Giro, verá que está camino de la Vuelta y que aún le falta resistencia, verá que es el único escalador infiltrado ahí arriba, entre los culones, verá que, finalmente, el recorrido no era tan duro como pensaba, que la subida no era tan mala para los rodadores de potencia, que el descenso sí que ayudaba a los ciclistas de 80 kilos, y verá, también, que está en el buen camino, que llegará muy bien a la Vuelta".

Pero sí, algo ya entiende Contador, sus piernas de alambre, sus rodillas golpeadas, casi sangrantes, por la fuerza con que se impulsa sobre los pedales para ponerse de pie en los mínimos tramos de ascensión en que el desnivel se acerca al 10%, para tratar de abrir diferencias ligero de pedalada, ágil, un bailarín acelerado. "No era una subida para escaladores, estaba claro, era de fuerza", dice, aún sin perspectiva para percatarse de que se ha estado jugando una medalla con Cadel Evans y Leipheimer, los dos que le acompañaron en el podio de los Campos Elíseos cuando ganó el Tour, para darse cuenta de que se ha infiltrado en su territorio, el de los vatios como valor absoluto, el de los desarrollos descomunales, el de subir a golpe de riñón con el culo bien pegado en el sillín. Una victoria habría sido un milagro; una medalla, una muestra de que su clase, su talento, es aún más profunda de lo que ha dejado ver, que es mucho; un cuarto puesto, magnífico. "Basta que ver el peso y el esqueleto de los que han quedado por delante". A Contador, a sus 61 kilitos, le superaron, por este orden, Espartaco Cancellara, de 80 kilos, que llega a la salida como un turista -gafas de sol a la moda, gorra con la visera hacia atrás, bermudas sobre sus piernas bronceadas- que se dirige a pasar la tarde en el gimnasio, un buen rato entre las pesas haciendo músculos cintura para arriba, otro rato en el spinning, moviendo sus piernas a toda velocidad logrando que el torso permanezca inmóvil, como una escultura griega; Gustav Larsson, otro prodigio del CSC, como si las Cervelo que mueven estuvieran dotadas de un motorcito oculto entre el carbono del cuadro, un sueco de 28 años y casi dos metros de altura que cuenta como mejor resultado de su vida algún título nacional contrarreloj y un cuarto puesto en el Mundial de la especialidad de hace cuatro años, cuando era un joven prometedor en el Fassa Bortolo, y su viejo conocido Leipheimer. Él, por lo menos, y gracias a una arrancada fulgurante, que parecía su ascensión mítica al Plateau de Beille el Tour de 2007, en la primera vuelta pudo aguantar la remontada de Evans. Después, en el descenso, en la segunda ascensión, se rindió a la lógica. Samuel Sánchez, que no descartaba nada, acabó sexto.

El suizo Fabian Cancellara, en el podio con la medalla de oro.AFP

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