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Antípodas

Australia se parece más a España de lo que cabría pensar. Sí, aquí tienen canguros y koalas, sueldos tres veces más altos, y si tiras una colilla al suelo, te caen 200 pavos de multa. Pero, por lo demás, hay bares, gambas, McDonald's... Sidney tiene una esquina que se parece a Chueca y en el Barrio Español dan una tortilla de patatas infumable.

Para más inri, Australia se ha fabricado una imagen internacional reluciente y sport, a lo Fernando Torres. Superado el estigma del secuestro sistemático de niños aborígenes con el conmovedor "perdón de febrero" entonado por el nuevo prime...

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Australia se parece más a España de lo que cabría pensar. Sí, aquí tienen canguros y koalas, sueldos tres veces más altos, y si tiras una colilla al suelo, te caen 200 pavos de multa. Pero, por lo demás, hay bares, gambas, McDonald's... Sidney tiene una esquina que se parece a Chueca y en el Barrio Español dan una tortilla de patatas infumable.

Para más inri, Australia se ha fabricado una imagen internacional reluciente y sport, a lo Fernando Torres. Superado el estigma del secuestro sistemático de niños aborígenes con el conmovedor "perdón de febrero" entonado por el nuevo primer ministro laborista, un ZP oceánico, Australia se vende como paraíso para gays y lesbianas, punta de lanza de la lucha contra el cambio climático, reino de lo casual chic y lo multicultural.

No se crean nada. Mientras el australiano medio se debate en nuestros contrastes (simpáticos e ineficaces, cerveceros y homófobos, liberales y futboleros, cosmopolitas y catetos), los progres se quejan de que viven en un estado policial, los gays envidian esas bodas de Albacete, y a los aborígenes los tratan igual que Bobo Maroni a sus gitanos.

En el contingente de 43 periodistas que han viajado a las antípodas embedded en el vuelo papal, las conversaciones no resultan menos casual. Como tocan diana a las seis y el que llegue tarde no pilla el discurso del día ni hincándose de rodillas, es aún noche cerrada cuando los ascensores del hotel vuelan arriba y abajo con la canalla comentando entre legañas los hits de la prensa local:

-La población del tiburón ballena decrece de forma alarmante -traduce uno. Ayer avistaron un ejemplar nadando felizmente a las 9.30 de la mañana y, media hora después, el bicho se dirigió a una playa. Murió con el lomo infestado de arpones indonesios.

-El pontífice no tenía buen color ayer -traduce el otro. Su salud es óptima, para tratarse de un intelectual octogenario que lleva una vida agitada, pero quizá sufre los efectos de un cansancio pasajero, o jet lag.

Entre los nuestros (La Roja), la figura es el futuro Monsignore Cagnizari, que está ya harto de que se publique que el Papa le va a dar un cargo en Roma sin que la patada hacia lejos se materialice. "¡Così non si può organizare una mudanza!", susurra por los pasillos el Primado practicando italiano en el insomnio de sus noches toledanas australianas.

Llegados a este punto, si leen estas líneas haciendo el pino puente durante 22 horas, conocerán el placer de viajar a las antípodas sin moverse del sitio.

Ya lo escribió un inglés en una pintada que adorna Sidney: "Hace 30 años que llegué y todavía tengo jet lag".

Felices veraneos.

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