Análisis:Cosa de dos

¡Altos del mundo, uníos!

Estaba en un hotel londinense esta semana viendo un programa de televisión a primera hora de la mañana. Entrevistaban a un economista estadounidense que había dedicado la vida a estudiar la correlación entre la altura de la gente y la prosperidad de las sociedades en las que viven. Observó que en el siglo XIX los estadounidenses eran mucho más altos que los europeos, pero que hoy la situación era a la inversa, lo cual indicaba que su país se estaba quedando atrás.No le presté mucha más atención, ya que me estaba vistiendo para bajar a desayunar y el argumento me parecía bastante cuestionable. ...

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Estaba en un hotel londinense esta semana viendo un programa de televisión a primera hora de la mañana. Entrevistaban a un economista estadounidense que había dedicado la vida a estudiar la correlación entre la altura de la gente y la prosperidad de las sociedades en las que viven. Observó que en el siglo XIX los estadounidenses eran mucho más altos que los europeos, pero que hoy la situación era a la inversa, lo cual indicaba que su país se estaba quedando atrás.No le presté mucha más atención, ya que me estaba vistiendo para bajar a desayunar y el argumento me parecía bastante cuestionable. En cuanto a modernidad y riqueza material, no hay país más deslumbrante que Japón. Recuerdo los viajes que hacía en metro por Tokio cuando fui a cubrir el Mundial de 2002. Me sentía como Gulliver en el país de los liliputienses.

Tenía la misma sensación en España hace unos 30 años, cuando era un adolescente larguirucho y venía de Inglaterra a visitar a mi familia madrileña. Hoy ya no. La teoría del economista estadounidense, pensé, quizá no era tan descabellada. Me puse los zapatos, apagué el televisor y reflexioné que poca gente debía de haber crecido más que la española desde los años setenta. Lo cual me recordó el viaje que había hecho el día anterior de Barcelona a Londres en Iberia. Los españoles se vuelven cada vez más altos, pero la distancia entre las filas de los asientos de la gran línea aérea nacional se vuelve cada vez más estrecha. No sólo tenía las rodillas apretadas contra el asiento de adelante, sino que no había espacio —ninguno— para leer el periódico. Se lo comenté a una azafata, que me compadeció; que reconoció por sus gestos que le daba vergüenza ver cómo trataban a la gente que pagaba su sueldo. Escriba a Iberia, me dijo. Igual un día de estos lo hago.

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