Historia de una remesa

Allá...

En un barrio de Medellín, la familia de Ruth Gómez

Es primavera. Siempre lo es. El aire suave recorre los barrios apretujados de las laderas del norte de Medellín como si aliviara viejas heridas. En cada calle se sabe de alguien que murió en un tiroteo o que emigró al extranjero. Los vacíos se suelen llenar con fotos y remesas. En la familia de Ruth Gómez, de 74 años, el vacío aumenta con los años: ocho de sus miembros se han marchado del país, la mitad a España. En su barrio, Florencia, las casas se han ido transformando en construcciones de tres y cuatro plantas con el dinero que envían los que están afuera. Ella, con un álbum entre las mano...

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Es primavera. Siempre lo es. El aire suave recorre los barrios apretujados de las laderas del norte de Medellín como si aliviara viejas heridas. En cada calle se sabe de alguien que murió en un tiroteo o que emigró al extranjero. Los vacíos se suelen llenar con fotos y remesas. En la familia de Ruth Gómez, de 74 años, el vacío aumenta con los años: ocho de sus miembros se han marchado del país, la mitad a España. En su barrio, Florencia, las casas se han ido transformando en construcciones de tres y cuatro plantas con el dinero que envían los que están afuera. Ella, con un álbum entre las manos, se detiene en la foto de una hija y una nieta que viven en Madrid. "Yo no hubiese querido que se fueran", murmura.

"No me gustó Nueva York. Madrid tiene que ser mejor", dice Gladys
"Colombia es un mal país. Quiero irme", afirma Johan, de 12 años

A 8.000 kilómetros de distancia, Madrid apenas se adivina. La imagen de la ciudad es una mezcla de palacios, fútbol y paisajes prestados de series de televisión. "Creo que hay pingüinos, y playas como en Cartagena de Indias", comenta Johan Gómez, de 12 años, nieto de Ruth. Su madre trabajaba en Madrid, pero se mudó a Murcia porque no llegaba a fin de mes. "Manda plata para este muchachito. Yo le digo a ella y a los otros que luchen por ellos, que por mí no se preocupen", señala la anciana, mientras mira de reojo al adolescente. Johan, de pantalón caído y corte rapero, no lo duda un segundo: "Colombia es un mal país. Quiero irme. Allá se vive mejor". De fondo se escucha un martilleo constante.

La familia termina una reforma y comienza otra. Ahora le ha tocado a la vivienda de la segunda planta. Allí vive Gladys Cano, de 47 años, nuera de Ruth. Su hija, Sandra, trabaja en Madrid como auxiliar de odontología. Desde hace cinco años le envía 150 o 200 euros mensuales, que equivalen a un salario mínimo en Colombia. Con la reforma, la cantidad aumenta. "Ella es la que nos da para vivir. Debe ser muy duro estar allá, pero le toca. Ella es la que lleva la carga familiar", comenta Gladys. Separada y desempleada, se dedica a cuidar a su padre, un hombre de 78 años. "Si no fuera por mí, él no comería". El hombre pestañea como si le restase importancia. A su lado está Ricardo, de 25 años, hermano de Sandra, uno de los pocos que no sueña con marcharse.

"A mí me parece muy triste que tengas que irte de tu país. Llegas a una cultura diferente, no tienes a tu familia, no tienes a tus amigos. Siempre te van a discriminar. Me han contado que el sueldo de un inmigrante es menor que el de un español", señala el joven. El giro de su hermana, no obstante, alcanza para completar sus estudios universitarios "Aquí las oportunidades son escasas", agrega. Quizás por ello, el aura de éxito de las historias que llegan de España a veces le tienta. "Todos dicen que les va muy bien, nadie dice que le va mal. Cuando vienen montan una rumba. Son muy ostentosos. Algunos han comprado coche y apartamento. No se sabe de dónde sale el dinero y las familias tampoco preguntan mucho", comenta Ricardo, mientras su abuela observa el barrio.

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Su casa fue la primera de la manzana. Allí se guardaban los materiales de las viviendas que luego ocuparían obreros y campesinos. "Yo sé lo que es emigrar. Yo vengo del campo", susurra como si aún huyese de algo.

La casa de sus padres fue quemada por la guerrilla cuando era adolescente. "Así llegamos muchos", dice, y señala las viviendas de sus vecinos. En ellas se reflejan diferentes épocas del barrio. Una planta puede estar construida con dinero del narcotráfico, otra con los giros de quienes viven en Nueva York, y una más, con las remesas de Madrid. "Estuve en Nueva York. No me gustó para vivir. Madrid tiene que ser mejor", señala Gladys.

Una de sus hijas, Rocío, ya no quiere regresar a Medellín. Tiene dos hijos madrileños. Su pareja también es de Madrid. "Cuando me llama me dice que la perdone, que ese mes no puede enviar dinero. Le digo que no se preocupe, que yo puedo sobrevivir sola", detalla la anciana. En esas llamadas se ha colado un nuevo acento, el de su nieto mayor. Su voz le recuerda los villancicos que todavía ponen en la parroquia. "A veces miro a la gente que trabaja en las oficinas y me digo: 'Aquí no hubo trabajo para mis hijos'. Los culpables de que la gente tenga que emigrar son muchos, demasiados para contarlos a todos", comenta con rabia mientras acerca un retrato del tamaño de un póster: "Es mi hija Dora, una de las primeras que se marchó".

A su regreso de Londres, donde trabajaba, murió en un accidente de coche. El vacío sigue ahí. Como el de un hijo y un nieto que murieron en tiroteos y como el de los familiares que siguen en el exterior. De unos años para acá el barrio está más tranquilo y más solitario. "Yo siempre me he mostrado fuerte con mis hijos, pero los extraño mucho. A John no lo he visto desde que se fue para España hace siete años. A veces me llama triste y le pregunto: '¿Por qué no regresas?'. Y me dice: '¿Regresar con las manos vacías?...', dizque porque no se ha hecho rico. ¡Qué tontería!", exclama la mujer. Álvaro, de 34 años, hermano gemelo de John, escucha atento. "Salvo que te metas en negocios extraños, la gente aquí y allá tiene que trabajar como en todas partes. Yo ya no creo en paraísos", comenta, mientras suena el teléfono. Álvaro contesta y su mirada chispea. "¡Qué milagro! Justo estábamos hablando de ti. ¿Cómo? ¡Que John viene!", exclama eufórico, como si la familia hubiese ganado la lotería.

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