Crítica:LA MAESTRANZA

Salvador Cortés, por la Puerta del Príncipe

El diestro sevillano Salvador Cortés cortó cuatro orejas y salió ayer a hombros por la Puerta del Príncipe saldando así con gran éxito su dificilísimo reto de encerrarse con seis toros en la plaza de la Real Maestranza.

No fue una tarde apoteósica, ésa es la verdad, pero la labor de conjunto del torero fue meritísima por varios motivos. El primero, quizá, porque fue capaz de sobreponerse en el quinto toro, cuando la tarde descendía hacia el desencanto, y aprovechar las condiciones de su oponente para realizar, de principio a fin, una faena con el capote, las banderillas, la muleta y la ...

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El diestro sevillano Salvador Cortés cortó cuatro orejas y salió ayer a hombros por la Puerta del Príncipe saldando así con gran éxito su dificilísimo reto de encerrarse con seis toros en la plaza de la Real Maestranza.

No fue una tarde apoteósica, ésa es la verdad, pero la labor de conjunto del torero fue meritísima por varios motivos. El primero, quizá, porque fue capaz de sobreponerse en el quinto toro, cuando la tarde descendía hacia el desencanto, y aprovechar las condiciones de su oponente para realizar, de principio a fin, una faena con el capote, las banderillas, la muleta y la espada presidida por el dominio, la ambición, el poderío, el valor, el mando y el buen toreo. La estocada fue perfecta. Posiblemente, la estocada del año. Se perfiló con rectitud, se volcó de verdad sobre el morrillo del animal, enterró el estoque en el hoyo de las agujas, y el toro salió muerto de la suerte. Así fue.

Ortega / Salvador Cortés, único espada

Cuatro toros de Gerardo Ortega, y dos de Parladé, -segundo y cuarto-, mal presentados, mansos y descastados; noble el segundo y encastado el quinto. Salvador Cortés: estocada baja (ovación); pinchazo y estocada (oreja); media baja (palmas); bajonazo (palmas); estoconazo (dos orejas); estocada (oreja). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe. Plaza de la Maestranza. 12 de octubre. Algo menos de media entrada.

Antes de ese instante culminante lo había recibido con una larga cambiada en la puerta de chiqueros y animosas verónicas que pusieron al público en pie. Hizo un quite por ajustadas chicuelinas, banderilleó con soltura y la faena de muleta, basada en la mano derecha, brilló con derechazos largos, templados y ligados. El toro sólo admitió un par de naturales y el torero terminó con unos ayudados que fueron el colofón a una inteligente y medida actuación.

Al noble segundo le cortó la primera oreja con un sosegado toreo en corto e intermitente, y cerró la tarde con otro apéndice en el sexto ante el que derrochó voluntad de triunfo.

¿Por qué no fue una tarde apoteósica? Porque Cortés no estuvo a la altura antes los tres sosos toros restantes, y porque no hubo toreo excelso, -ay la mano izquierda-. A este torero, todo pundonor y entrega, le falta calidad, y posee un pecado capital: torea hacia fuera, cuando el toreo auténtico es hacia los adentros.

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¿Por qué, entonces, su triunfo fue grande? Porque superó con éxito el difícil gesto de encerrarse en solitario en la Maestranza; porque la corrida se había planteado como un cara o cruz sobre su futuro; porque es un hombre humilde, sin padrinos, que lo ha conseguido todo con enorme esfuerzo y sacrificio; y porque ha vuelto a demostrar -éste es su tercer gran triunfo en esta plaza- que, a pesar de su carencias, y a pesar de los olvidos sufridos -hasta su apoderado ha olvidado devolverle la última llamada-, ha sido capaz de romper todos los maleficios, triunfar de verdad y salir a hombros por la gloriosa Puerta del Príncipe.

Ahí es nada. Ése es un mérito reservado sólo a los grandes toreros.

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