HUMORISTAS

Cosas gratis que hacer en verano

No todo lo bueno vale dinero. No es verdad que todo lo que hagamos en verano, vaya a salirnos por un pico o incluso más, por lo de la dichosa temporada alta. Si piensas un poco (sólo un poco, a ver si nos va a dar un mareo), todavía quedan cosas, momentos, situaciones o actitudes que se han librado de la zarpa consumista y se mantienen increíblemente gratis. ("Gratis", es una de las palabras que más me gustan y no acepto la bromita gastada de mi origen catalán). Les pongo algunos ejemplos. En verano, puedes no llamar a nadie por teléfono. Sí, sí. ¡Es posible! ¿Recuerdan esas llamadas hechas po...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No todo lo bueno vale dinero. No es verdad que todo lo que hagamos en verano, vaya a salirnos por un pico o incluso más, por lo de la dichosa temporada alta. Si piensas un poco (sólo un poco, a ver si nos va a dar un mareo), todavía quedan cosas, momentos, situaciones o actitudes que se han librado de la zarpa consumista y se mantienen increíblemente gratis. ("Gratis", es una de las palabras que más me gustan y no acepto la bromita gastada de mi origen catalán). Les pongo algunos ejemplos. En verano, puedes no llamar a nadie por teléfono. Sí, sí. ¡Es posible! ¿Recuerdan esas llamadas hechas por obligación, durante la larga temporada de trabajo? ¿Ese "llamo un momento al pesado éste y luego ya desconecto"? Bueno, pues en verano, con la coartada moral de "seguro que no va estar hasta septiembre", puedes dejar de llamar a todo el mundo y, lo que es más increíble, ¡no pasa nada! El otro día miré mi móvil por curiosidad y me dijo la pantalla: la batería está cargada. Eso no me lo ha dicho en su vida. Más cosas gratuitas. (Aquí necesito una música épica que subraye con mucha pomposidad). LA SIESTA. Así, en mayúsculas. Ya que no conseguimos lo de la Alhambra de Granada que se inventó el suizo millonario, podríamos probar con la siesta como maravilla del mundo o patrimonio de la humanidad o reserva de la biosfera o algo así. Ya me entienden. Estoy hablando de siestas largas. De ésas que, cuando te levantas, estás una media hora sin saber cómo te llamas, ni tu papel en el mundo. La siesta como reparación o "reset" en lenguaje informático. Siestas con sueño, baba y un documental flojito, muy flojito donde la enésima leona se come una cebra. "La cadena biológica" te dices a ti mismo como medio borracho. Hasta que el sueño te vence y se te queda la boca abierta con su consiguiente pérdida de dignidad. ¡Y qué!

Una vez duchadito (eso ya es muy personal), recomiendo salir de casa por la puerta y dirigirse a una buena playa donde se pueda ver la puesta de sol. Seguimos sin gastar un duro. Acomódese tranquilamente, pida un cigarrillo a un amigo, diga que no quiere cerveza, ni nada y prepárese para el gran espectáculo del cielo. El sol se va lentamente, pero se va. Un rojo mandarina va tiñendo el horizonte, el gris gana al azul y hay un momento en que conviven la luna y el propio sol que, temeroso, se va agachando hasta desaparecer. Alucinante.

Aquí en la isla, lo de la puesta es algo así como una religión. Hay un montón de puntos estratégicos, las parejas se abrazan (¿Dónde estará la relación?) y al terminar, todos los asistentes irrumpen con salvas de aplausos y gritos de aprobación. Un día de estos, el sol volverá a salir para saludar con una nube por montera. Dicen que más de una compañía de telefonía (sin duda los más pesados del mercado publicitario), está interesada en anunciarse una vez la noche se ha impuesto al día. Como el primer anuncio del año después de las campanadas. No hay nada confirmado, pero no me parece tan descabellado. Desde que he visto que un banco se presta a darte "un empujoncito", me lo creo todo. El empujoncito al pie del precipicio. Por cierto, los precipicios también son gratuitos, pero normalmente te plantas en ellos tras haberte gastado un montón de dinero que luego no puedes devolver. Y eso, es otra historia. Cambio y corto.

Archivado En